Una reflexión sobre el proceso de gestionar la ira y renunciar a controlarla por completo.
Sentir ira y no poderla controlar es una de las experiencias más desagradables de nuestra vida, además de traernos las consecuencias más difíciles de solucionar.
La ira nos lleva a elevar la voz, imponernos ante el otro, generar más conflicto del que existía, y tras ese estallido de ira llega el agotamiento y la preocupación.
Puede ocurrir en tus relaciones de pareja, sociales o familiares, o también en el trabajo (conflictos con pares, con un equipo de trabajo o con las personas que atendemos). ¿Podemos evitarlo? ¿Cómo gestionarlo?
Las claves de la gestión de la ira
En muchas ocasiones sentimos que nuestra mayor dificultad es de comunicación. Nos resulta difícil decir las cosas si no es con ira, de forma imperativa o con imposición de ideas.
Sin embargo, aunque la comunicación es una conducta que puede y debe trabajarse para mejorar nuestro bienestar y relaciones personales, el origen real del problema no es de comunicación, sino emocional.
¿De qué depende la forma en la que nos comunicamos? De nuestro estado emocional. La ira nos hace interrumpir, imponer, gritar o maximizar los daños de lo que ocurre. Nuestras relaciones se deterioran sin remedio.
Muchas personas solicitan una compañía profesional para vivir un proceso de cambio donde mejoren esta parte de sí mismas. Aunque al principio creen que el problema es de comunicación, más tarde descubrimos que en realidad se trata de gestión de emociones (la comunicación se debe a cómo gestionamos la comunicación).
En este artículo tenemos los siguientes objetivos: primero, descubrir qué es realmente la ira, cómo la estás gestionando y qué ocasiona en nuestras relaciones y bienestar.
En segundo lugar, descubrir cuál es el problema real que se encuentra tras estas expresiones.
Y finalmente, ver cómo puedes solucionarlo gracias a tu propio cambio personal (un cambio profundo, estable y duradero, no solo con tips o parches).
Mi nombre es Rubén Camacho, psicólogo y coach de Empoderamiento Humano. En este artículo te traigo las principales experiencias de las personas a las que he acompañado en sus procesos de cambio y que tenían este problema en los últimos 11 años.
El significado de la ira
La ira es una experiencia emocional intensa y desagradable en la que creemos tener razón. Nuestra ira nos lleva a pensar que ocurre algo inadecuado y tratamos de ponerle remedio mediante la agresividad.
Ante todo, la ira implica que queremos tener el control sobre lo que ocurre… y es una paradoja interesante, ya que el mero hecho de tener problemas con ira implica que perdemos el control.
Es importante entender que la ira, como emoción, no es necesariamente una emoción negativa. Las emociones negativas son un concepto habitual pero poco práctico. Todas las emociones son positivas por su propia naturaleza, ya que las sentimos para adaptarnos a situaciones. Sin embargo, lo que sentimos no depende principalmente de esas situaciones, sino de cómo entendemos y gestionamos esas situaciones.
De la misma forma en la que la inseguridad te puede ayudar a protegerte y actuar de forma prudente, o el miedo te ayuda a aislarte en relación a un hecho que te preocupa, la ira es una emoción que te ayuda a expresar algo que está sucediendo y que no te gusta o que no quieres, exactamente igual que un perro cuando ladra (queremos que algo que esté pasando deje de pasar).
La ira puede ayudarte, entonces, a establecer ciertos límites. Si presencias algún tipo de injusticia (hacia un niño, un anciano, un animal) y te molesta y sientes ira, esa ira te puede motivar a ayudar a una persona o a limitar una conducta desagradable. El problema no es la ira… sino cómo entiendes y gestionas la ira, de tal forma que sea demasiado intensa, frecuente y duradera.
Problemas habituales vinculados a la ira
Algunas de las consecuencias de vivir con una ira disfuncional son las siguientes.
1. En tu vida sentimental
La relación se termina por vincular demasiado a estos episodios de ira, se genera malestar, agotamiento, desánimo y un paulatino y cada vez mayor desinterés hacia la relación (la ira solo es útil pocos segundos, nunca durante varios minutos).
Te habrás dado cuenta de que tras una discusión de pareja nos sentimos agotados. Es una experiencia agotadora en un sentido tanto emocional como físico. La ira nos agota porque en ella nuestro sistema neuroendocrino segrega las mismas sustancias que al hacer ejercicio intenso… pero sin ningún beneficio para tu salud (sino todo lo contrario).
2. En tu área laboral
La ira dificulta la relación con los demás, perjudica la confianza, se crea una mayor distancia y la comunicación se vuelve más opaca. Con la ira pretendemos tener el control pero lo perdemos aún más.
En el trabajo necesitamos generar vínculos con confianza y asertividad para poder cumplir objetivos comunes. La ira crea un ambiente desagradable, aunque solo sea a partir de un episodio temporal.
3. En tu área social o familiar
El ser humano es un ser social, necesitamos vínculos en los que encontrar confianza y apoyo. La ira dificulta la calidad de estos vínculos y nos aísla, perjudicando tanto tu estado de ánimo (la ira lleva al desánimo por lo agotador que resulta) como tu confianza en los demás.
Aunque parece que la ira es un problema en sí mismo, siempre es una consecuencia de algo más. Llega a nosotros porque entendemos que lo que ocure no es adecuado y pretendemos cambiarlo. Pero no podemos controlar lo que ocurre, ni el comportamiento ni las decisiones del otro.
De la misma forma, podemos establecer límites claros y llegar a acuerdos, pero siempre dentro de una comunicación asertiva y no con ira.
¿De dónde viene el problema?
La ira implica que queremos tener el control porque tememos las consecuencias. Si en el trabajo tememos posibles consecuencias en relación a proyectos, fechas… la ira hará que tratemos de controlar el comportamiento de los demás.
Si en tu relación de pareja surge ira es porque tememos las consecuencias del comportamiento del otro (si no se comporta o valora como quieres, si no acepta exigencias o cumple expectativas, etc.). La ira siempre implica miedo. Es un tipo de miedo activo.
Cuando el miedo no puede paralizarnos o hacernos escapar, nos vincula con la ira, exactamente igual que el animal que ataca cuando ya no puede esconderse. ¿Cómo podemos gestionar algo tan profundo para que no nos condicione tanto?
Gestionar la ira no es controlarla…
Uno de los errores más frecuentes que cometemos con la ira es pensar que debemos controlarla. Como dije, tratar de controlar una emoción que implica que ya hemos perdido el control, no tiene ningún sentido. Controlar, además, equivale a reprimir. ¿Qué ocurre si dejas una olla llena de agua tapada y en el fuego? Finalmente, explota.
Eso es lo que ocurre con la ira. Cuando tratamos de controlarla, explota con más intensidad. La ira, así como cualquier emoción, no puede controlarse… sino entenderse y gestionarse, para que no sea tan intensa, frecuente y duradera.
El paso más importante es descubrir cómo estás ahora gestionando tu ira. ¿Cuál o cuáles son las situaciones que te hacen sentir ira? ¿Qué interpretas de esas situaciones o experiencias que te llevan a sentir ira una y otra vez? ¿Cuáles son tus comportamientos en relación a la ira?
Solemos pensar que las emociones provocan comportamientos, pero en realidad son los comportamientos los que hacen que gestionemos las emociones de una determinada forma (y la emoción vuelve a surgir en el momento en el que llega una experiencia parecida, ya que se ha establecido esa asociación).
La única forma de aprender a entender y a gestionar no solo tu ira, sino todas tus emociones (ira, desánimo, desconfianza, inseguridad, miedo, culpa) está en tu propio cambio personal.
¿Qué es lo que tendría que cambiar en ti para que cambiara lo demás? ¿Cómo pudieras intepretar la situación para verla de forma más abierta? ¿Qué límites necesitas establecer en tus relaciones? ¿Qué experiencia debes evitar antes de que aparezca? ¿Qué juicios de valor haces sobre los demás que te lleva a la ira?
Fuente: www.psicologiaymente.com
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