Todos hemos oído expresiones como “tiene el mal genio de su padre”, “es tan amable como su madre”, “su abuelo también era travieso de pequeño” y otras tantas de por el estilo.
Es por ello que, en base a que parece que nuestra forma de ser es algo que viene de familia, ¿hasta qué punto la personalidad se hereda? ¿Qué es más importante a la hora de definirla: los genes o el entorno? ¿Cómo se sabe? Veámoslo a continuación
Genética y comportamiento ¿qué relación tienen?
Al igual que con la mayor parte de animales, los seres humanos heredamos el ADN de nuestros padres, siendo este conformado en su mitad por el ADN materno y la otra mitad por el paterno. Esta herencia genética influye en aspectos varios, incluyendo nuestro comportamiento, carácter y valores. No obstante, y este es el punto que nos diferencia de los animales, es que somos capaces de proponernos metas y tener aspiraciones, que pueden ser promovidos por el entorno, familiar y cultural, que nos tocado vivir.
Otra diferencia que nos diferencia del resto de animales es que los humanos somos conscientes de nuestra herencia genética, es decir, hasta qué punto somos tan parecidos a nuestros padres, tanto psicológica como físicamente, y, recurriendo al libre albedrío, podemos tratar de alejarnos de lo que se supone se encuentra en nuestros genes. Esto es ámbito de estudio de la genética conductual.
Pese a que se sabe que aspectos comportamentales, tanto los que son adaptativos como los que implican psicopatología, son en mayor o menor medida heredables, una creencia equivocada antes del desarrollo del Proyecto Genoma Humano era la de que cada conducta o aspecto de la personalidad e inteligencia vendría delimitado por uno o un grupo reducido de genes. Sin embargo, la investigación descubrió que no existía un único gen para, por ejemplo, la esquizofrenia, la superdotación o la dimensión de la extraversión.
Cada uno de estos aspectos, y prácticamente la totalidad de la conducta humana, depende de la interacción de varios genes, que pueden llegar a ser miles. Cada gen ejerce un impacto minúsculo sobre la personalidad, pero de forma conjunta la moldean y la asemejan a la de los progenitores.
Genes versus entorno: ¿quién ganará?
La influencia de los genes y los factores ambientales sobre la conducta de un individuo es muy variable a lo largo de la vida. Se ha podido ver que las familias, quienes son de por sí un factor ambiental, tienen una influencia destacada en las capacidades cognitivas del niño durante su más temprana infancia. No obstante, cuando estos niños han crecido y ya tienen edad para acudir a la escuela primaria, pareciera que los genes se impusieran, bloqueando las influencias del entorno.
Obviamente, la afirmación de que los niños con seis años son pura herencia y nada de influencia ambiental es falsa. La educación en la escuela, junto con el contacto con otros niños y la vivencia de según qué tipo de acontecimientos, benignos o desfavorables, moldean su forma de ser y sus conocimientos, sin embargo, es en estos años que su código genético parece ser más relevante a la hora de determinar su personalidad.
De hecho, entre los tres y seis años los niños tratan de buscar un entorno que les vaya bien, es decir, seleccionan las amistades en función a su forma de ser, tratan de crear un ambiente que esté acorde con sus predisposiciones. Por ejemplo, un niño con tendencias a ser más activo seguramente sienta interés por el deporte, lo que le motivará a practicar fútbol en el patio de la escuela y tener contacto con otros niños que disfruten con esta actividad.
¿La personalidad se hereda?
El abordaje de la heredabilidad de la personalidad se ha llevado a cabo mediante el mejor tipo de estudio que los genetistas del comportamiento podrían haber conseguido: los estudios de gemelos, tanto con los monocigóticos o genéticamente idénticos, como con los dicigóticos o mellizos. Estos experimentos son ideales, especialmente cuando los gemelos idénticos han sido separados al nacer. Aquellos rasgos que compartan, pese haberse criado en hogares distintos, será atribuido a factores genéticos.
Pese a que este tipo de investigaciones siguen teniendo algunos problemas metodológicos, existen ciertos patrones en los resultados. Como el modelo de personalidad más potente en la actualidad es el de los Cinco Factores (Big Five) de McCrae y Costa, en el cual se define la personalidad en base a cinco grandes dimensiones: extraversión, cordialidad, neuroticismo, apertura a la experiencia y responsabilidad.
Los estudios que han estudiado la personalidad de gemelos, tanto idénticos como fraternos, indican que hay una alta heredabilidad de los rasgos, especialmente siendo gemelos monocigóticos. Esto quiere decir que si, por ejemplo, un gemelo idéntico es cordial, el otro gemelo, con una alta seguridad, también lo sea. Esto es un claro indicio de que la personalidad se ve muy influida por la herencia genética.
¿Hasta qué punto influye la genética?
Cuando se habla de que algo está codificado en los genes y es producto de la herencia se hace mención al concepto de heredabilidad de un determinado rasgo. La heredabilidad indica qué porcentaje de variación en los rasgos de dos individuos es debida a causas genéticas. Una alto porcentaje de heredabilidad indica que la variación del rasgo, pongamos por ejemplo ser creativo, tiene un gran protagonismo los genes, mientras que una heredabilidad baja viene a decir que los factores ambientales tienen mayor importancia.
Las investigaciones apuntan a que la heredabilidad de los rasgos de personalidad se sitúa en torno al 40%-50%. Esto quiere decir que cerca de la mitad de la variación de la personalidad se puede atribuir a un componente genético.
Esto no debe ser malinterpretado, dado que no quiere decir que la mitad de la personalidad de un individuo se debe a factores genéticos. Los factores ambientales no compartidos explicarían cerca del 30% de la variación, y los compartidos un 20%.
Lo que debe quedar claro del concepto de heredabilidad de la personalidad es que no indica que tenemos cerca de un 50% de posibilidades de heredar la personalidad de nuestros padres, o que compartiremos el 50% de esa personalidad. El dato de la heredabilidad indica que, por ejemplo, si una persona es creativa y otra lo es menos, buena parte de esa diferencia se debe a la genética y el resto es debido a haber recibido influencias del ambiente, tanto compartido como no compartido.
La heredabilidad no debe ser confundida con la idea de la determinación genética. Esta última hace referencia a que los genes pueden determinar un rasgo en concreto, siempre y cuando se sepa cuál es el gen o genes implicados en tal determinación.
Así pues, al analizar hasta qué punto un determinado rasgo de personalidad es heredable a través de los genes, hay que tener en mente que no estamos analizando las probabilidades de recibir esa característica a partir del ADN paterno o materno, sino que se trata de una estimación de carácter relativo, basada en las comparaciones entre individuos, y que se centra en la variación.
Además, hay que tener en cuenta que en muchos aspectos, los fenómenos culturales son tan omnipresentes que con facilidad pueden ser confundidos con algo determinado por la genética. Por ejemplo, el grado de religiosidad de las personas: durante siglos, prácticamente todo en mundo presentaba religiosidad con mayor o menor grado, y solamente en los últimos tiempos se ve que es un fenómeno muy ligado a las dinámicas culturales.
Del mismo modo, la influencia de la genética en la personalidad no se estudia desde la idea de que determinada forma de comportarse es «natural» y está presente en diferentes grados en todas las personas debido a aspectos genéticos, sino que se tiene en cuenta que los genes y la experiencia están interactuando constantemente, incluso allí donde no lo parece.
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