Saber aplicar habilidades sociales de escucha es clave para no caer en peleas innecesarias.
«Siempre hablas tú y no me dejas decir nada».
Seguro que has escuchado estas frases o incluso las has dicho alguna vez, en una discusión con tu pareja, en una reunión familiar o, tal vez, en el trabajo. Son quejas frecuentes que surgen cuando sentimos que el otro está presente físicamente, pero ausente emocionalmente. Y, claro, así es muy fácil que los conflictos se agraven o que algo pequeño escale innecesariamente.
La realidad es que pocas personas aprendieron desde pequeñas a escuchar con empatía. No nos lo enseñaron en casa, ni en la escuela, ni mucho menos en la universidad. Por eso vale la pena hablar de qué es la escucha empática, en qué se diferencia de otras formas de escuchar, cómo nos ayuda a convivir mejor y, sobre todo, cómo se puede aprender.
¿Qué es la escucha empática?
La escucha empática es una forma de estar presente con la otra persona, sin interrumpir, sin anticiparse a lo que dirá y sin pensar en la respuesta mientras habla. Es prestar atención no solo a lo que dice, sino también a lo que siente, a su lenguaje corporal, al tono de voz, al ritmo. Es escuchar con todo el cuerpo, con el corazón, y no solo con los oídos.
Y, ojo, no es una actitud pasiva. Implica participar con pequeñas respuestas que muestran que estamos siguiendo, que estamos intentando entender, que valoramos lo que nos está compartiendo.
En qué se diferencia de la escucha activa
Puede sonar parecida, y de hecho comparten muchas cosas. La escucha activa es una herramienta básica de comunicación: mirar a los ojos, asentir, resumir lo que hemos entendido.
Pero la escucha empática da un paso más. No se queda en el «entiendo lo que dices», sino que busca conectar con el «entiendo lo que sientes». Mientras la escucha activa es una técnica, la escucha empática es una disposición interna, una forma de relacionarnos desde la comprensión y no desde el juicio. Es soltar nuestras ideas por un momento y entrar, con respeto, en el mundo del otro.
Cómo ayuda la escucha empática a evitar conflictos
Cuando alguien siente que ha sido escuchado de verdad, su tensión baja. Ya no necesita levantar la voz ni repetir lo mismo mil veces. En discusiones de pareja, por ejemplo, escuchar con empatía puede cambiar completamente el tono de la conversación. En vez de discutir por quién tiene razón, ambas personas pueden enfocarse en entender lo que le duele o preocupa al otro.
En el trabajo, esta forma de escuchar permite resolver malentendidos antes de que se conviertan en problemas mayores. Y en familias con hijos, fomenta que niños y adolescentes se sientan valorados y no tengan que rebelarse para ser escuchados.
Escuchar con empatía también nos protege de reaccionar impulsivamente. Nos ayuda a hacer una pausa, interpretar mejor lo que pasa, y responder con más calma. A largo plazo, crea relaciones más cercanas, con menos resentimientos y más confianza mutua.
Cómo empezar a practicar la escucha empática
Antes de lanzarse a intentarlo, hay algo importante que decir: nadie lo hace perfecto, y a veces cuesta. Lo natural (aunque no sea lo correcto) suele ser interrumpir, aconsejar o defendernos. Pero, como cualquier habilidad, la escucha empática se entrena.
Vamos con algunas ideas concretas para empezar:
1. Prepárate para escuchar
Si estás de mal humor, con prisa o distraído, no es buen momento. Espera unos minutos, respira, y elige estar presente. Escuchar con empatía requiere calma y disponibilidad emocional. No se trata de estar todo el día en «modo terapeuta», pero sí de estar presente cuando alguien necesita hablar en serio.
2. Mira y escucha sin juzgar
Parece fácil, pero es muy común que, mientras alguien habla, estemos ya pensando: «eso no tiene sentido», «exagera» o “eso nunca lo haría yo”. Escuchar con empatía implica apagar esa voz interna y concentrarse en lo que la otra persona siente, aunque no lo compartamos. Puedes pensar: «no entiendo del todo, pero quiero comprender».
3. Refleja lo que has entendido
No hace falta repetir palabra por palabra. Basta con decir algo como: «me parece que te sentiste ignorado cuando no te respondí» o «entonces te frustraste porque sentiste que no te tuve en cuenta». Estos reflejos muestran que estás prestando atención, y le devuelven al otro una imagen de sus emociones, que a veces ni él o ella tenía clara.
4. Haz preguntas que ayuden, no que juzguen
Evita las preguntas que suenan a reproche como «¡pero por qué no me lo dijiste antes!». En su lugar, puedes decir: «Quisiera entender qué te hizo sentir de esa manera» o «¿quieres contarme más?». Eso invita a la persona a abrirse, a profundizar, y a sentirse segura para compartir.
5. Valida lo que el otro siente
No necesitas estar de acuerdo ni pensar igual. Basta con reconocer que lo que siente tiene sentido para él o ella. Frases como «entiendo que eso te doliera», «tiene sentido que te sintieras así», o simplemente «gracias por contármelo» ayudan mucho. Es una forma de decir: «lo que vives es importante para mí».
Practicar la escucha empática puede sentirse muy distinto e incluso raro al principio. Pero cuando empezamos a aplicar estos gestos en el día a día, se nota mucho en cada una de nuestras conversaciones. ¿Por qué? Pues, porque baja mucho la tensión, se evitan muchas discusiones innecesarias y, sobre todo, se crea un ambiente donde todas las personas pueden sentirse vistas, comprendidas y respetadas, y eso es súper importante en cualquier tipo de relación.
Fuente: www.psicologiaymente.com
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