Mirar Borgen se siente como meterse un poco donde nadie nos llamó, observar por la mirilla de la puerta de un país, Dinamarca, que está lejos, a más de doce mil kilómetros, y que tiene un sistema de gobierno muy distinto, con reina incluida. En esta suerte de espionaje del espectador, la serie también es la oportunidad de conocer otra cultura y otra idiosincrasia. Emitida por primera vez en 2010 y creada por la cadena pública Danmarks Radio, es una ficción que, sin embargo, toca cuestiones de la realidad que ya se conocen, como que el país es uno de los de mejor calidad de vida. Hay calles limpias, casi sin autos que contaminan, y la pobreza nunca se trata porque no parece un problema.
La serie es sobre política y la política es política en todos lados: se ven negociados, mentiras y arreglos entre funcionarios que quieren llegar al poder o que se resisten a abandonarlo. Pero, en Borgen, un primer ministro llega a perder su puesto por pagar con la tarjeta de crédito oficial los gastos de una importante compra de su esposa. Y nadie duda de la gravedad del hecho, que se convierte en un escándalo.
Las preguntas se instalan con el avance de las temporadas. ¿En qué medida la ficción está basada en hechos reales? ¿Los índices respaldan aquello que el guion describe? ¿Todo funciona como parece en Dinamarca?
Dinamarca se rige por una monarquía parlamentaria en la que el pueblo vota a los candidatos de los partidos, los partidos con más votos tienen más poder, los más poderosos definen la organización del gobierno (quién será primer ministro y quiénes tendrán los demás ministerios) y luego la reina oficializa el cargo. Pero las alianzas cambian día a día. Quienes en un tema están a favor, en otro están en contra, lo que se evidencia en la serie con una dinámica de nombres e ideologías.
Fuente: lanacion.com.ar
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