«The Sinner’, que por fin está completa en Netflix el 19 de junio, apareció de pronto hace tres años como una adaptación en ocho capítulos de una novela que estaba llena de sorpresas y alternaba su tono entre el misterio, el procedimental e incluso el horror psicológico y el noir. Con su segunda temporada demostró que podía convertirse en serie de televisión en la que el hilo conductor es que sabemos quién es el asesino.
Su productora ejecutiva, Jessica Biel, la describe como un whydunnit, una variación del cada vez más utilizado término whodunnit que vendría a significar “¿Por qué lo ha hecho?” en vez de “¿Quién lo ha hecho?” y, en efecto, da para varias historias que en cada temporada, presentan una narrativa autoconclusiva, independiente y diferente, casi de forma antológica, sobre un crimen aparentemente aleatorio, que construye el suspense alrededor de las razones por las que se cometió y, sobre todo, da pie al estudio psicológico de los personajes.
Una variación inteligente de lo esperable
La tercera temporada da muchos pasos respecto al resto sin acabar salirse de ese molde pero evita convertirse en una fórmula fácil al hacer muchas cosas de manera ligeramente diferente. Matt Bomer interpreta al personaje de Jamie, a quien vemos como responsable de la muerte de su amigo, Nick, ya que no llama emergencias a tiempo después de un accidente de coche en el que al parecer ha esperado hasta que su amigo muera. Sin embargo, la cosa no acaba ahí y podría llevar esa tendencia mucho más lejos, por lo que comienza su supervisión.
Así comienza la exploración de la idea de la psicopatía muy alejado del tipo aterrador o como un maníaco confiado y sin ningún sentido de conciencia. Jamie se nos presenta minucioso y aparentemente, equilibrado, una variación de Patrick Bateman culta y encantadora, nunca arrogante. Por supuesto, las razones que esconde su comportamiento son retorcidas y complejas, que tiene tanto que ver con el aburrimiento de la vida privilegiada y el cuestionamiento de la pérdida del libre albedrío asociada.
El influjo de Chris Messina como Nick convierte el debate interno de Jamie en el arco de esta historia de ‘The Sinner’ con implicaciones filosóficas cercanas a ‘El Club de la lucha’ (Fight Club, 1999) y como esta, cuestiona la idea de la vulnerabilidad masculina y la dificultad de los hombres para compartir sus sentimientos como forma de debilidad, tanto que su final acaba dejando una melancólica reflexión sobre la soledad, la manipulación, los afectos, e incluso la amistad, en una relación entre el criminal y el policía no diferente a lo que plantea en el fondo la serie ‘Hannibal’.
El triunfo de un buen personaje
El elemento de misterio no genera tanta tensión adictiva como otras temporadas, pero este hándicap se compensa con un protagonismo aún más intenso de Bill Pullman como el detective Ambrose, un hombre con un enigma aún más profundo que cualquiera de los asesinos con los que lidia. Con ciática, más cansado que nunca y con su responsabilidad de abuelo sobre los hombros, es fascinante verle afrontar el caso.
Lo más importante es que la llegada de Jamie supone un conflicto gigante para Ambrose, que está luchando para enfrentar su soledad durante toda la temporada hasta que acaba por pasarle factura en lo personal, cuando su implicación con el caso acaba superándole. Es la primera ve en la que ‘The Sinner’ se convierte realmente en la serie sobre Ambrose y el crimen da pie a un intercambio de confianzas, traiciones, confidencias y un autoexamen emocional que a veces se pasa de intenso, pero que supone un movimiento valiente de la serie.
El episodio final es, escalofriante, desolador y triste, llegando a una conclusión gris y llena de cuestiones enfrentadas que dan una profundidad inusitada a lo que, en principio, es una serie criminal de entretenimiento. ‘The Sinner’ sigue sorprendiendo y jugando la carta de lo impredecible, algo que hace que esperemos esa cuarta temporada confirmada con intriga y curiosidad pero, sobre todo, con ganas de volver a ver a ese Bill Pullman con su pícara cara de sospecha, media sonrisa cómplice y aspecto de resaca infinita.
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