Desde 2021, esta joven defensora de los derechos humanos ha coordinado una red de escuelas subterráneas donde ya hay más de 700 niñas y jóvenes estudiando clandestinamente o aprendiendo un oficio
La libertad para Zuhal Sherzad, nacida en Kabul hace 21 años, es sentarse sola en un café, caminar por la noche o andar en bicicleta por las calles de Sant Cugat del Vallès, donde vive desde hace cinco meses. “Me costó un tiempo darme cuenta de que podía hacerlo sin miedo y sin dar ninguna explicación a nadie”, explica esta joven activista y defensora de los derechos humanos afgana, en una entrevista con este periódico en Madrid.
Sherzad salió de su país en enero, gracias al programa catalan de protección de defensores y defensoras de derechos humanos, que la acogió este semestre debido a su trabajo en la ONG Ponts per la pau, creada por la activista afgana Nadia Gulham y centrada en la educación de las mujeres. Desde niña, Sherzad fue una de las beneficiarias de esta solidaridad, pronto se convirtió en mentora de otras pequeñas y acabó coordinando los proyectos de la ONG en Afganistán.
Tras el retorno de los talibanes al poder en el país en agosto de 2021, la ONG ha creado una red de escuelas subterráneas clandestinas donde hay ya más de 700 niñas y mujeres estudiando, aprendiendo un oficio o simplemente leyendo. Según la ONU, las restricciones impuestas por el régimen de los fundamentalistas ha instaurado un apartheid de genero y una persecución contra las afganas.
“Los talibanes tienen miedo de las afganas y no están logrando apagar nuestra voz. Cerraron las escuelas y universidades, nos apartaron del mundo laboral, pero han visto que no podían callarnos, atarnos o borrarnos de un plumazo“, asegura.
Pregunta. ¿Cuándo fue la última vez que acudió a clase?
Respuesta. En diciembre de 2022. Estaba en primer año de Ciencias Políticas en la universidad y teníamos exámenes ese día. Cuatro años después puede parecer ingenuo, pero al principio, cuando los talibanes cerraron las escuelas secundarias, pensamos que sería provisional y que volverían a abrir. Pero no, las restricciones fueron llegando de manera sistemática, en cadena.
P. ¿Es iluso pensar que los fundamentalistas no han logrado su objetivo?
R. Los talibanes tienen miedo de las afganas y no están logrando apagar nuestra voz. Son una especie de hombres del pasado, sin educación, sin respeto… Cerraron las escuelas y universidades, nos apartaron del mundo laboral, pero incluso así, han visto que no podían callarnos, atarnos o borrarnos de un plumazo.
P. Desde 2021 hasta que salió del país el pasado enero, ¿cómo ha sido su vida?
R. Llevo en el activismo desde los 14 años. Gracias a Nadia Ghulam, tuve la oportunidad de estudiar, luego fui mentora y finalmente coordinadora de proyectos. Desde que los talibanes volvieron, nuestros programas se focalizaron en la educación y formación profesional de las mujeres. Así que comenzamos a crear nuestras escuelas subterráneas.
P. ¿Son realmente escuelas bajo tierra?
R. Sí, prácticamente nadie sabe dónde están, están en los bajos de las casas, en las despensas, y ya las hay en todo el país. En Kabul, por ejemplo, tenemos ocho. En total, hay ya 700 niñas y chicas acuden a ellas y el número va creciendo. Cada vez más mujeres que nos contactan, pidiéndonos un lugar para sus primas, amigas… aunque la actividad se realiza de forma muy secreta.
P. ¿Qué ocurre dentro de estas escuelas?
R. Damos clase, pero también terapias para cuidar de la salud mental y talleres para aprender un oficio, porque la idea es ofrecer a las mujeres una manera de ganarse la vida hoy en Afganistán. Por ejemplo, fabricamos compresas, sobre todo para las chicas que viven en zonas rurales alejadas, donde ni siquiera se puede hablar de la menstruación y donde las distribuimos.
P. ¿Qué edades tienen las chicas?
R. Hay niñas de cinco años, pero también mujeres de 60 que están aprendiendo a leer. Aunque en el país las chicas puedan oficialmente estudiar hasta los 12 años, hay niñas más pequeñas que participan en alguno de nuestros talleres. Y también tenemos bibliotecas.
P. ¿Bibliotecas subterráneas para mujeres?
R. Sí, es una parte importante de nuestra misión. Porque no hay espacios donde las mujeres puedan leer tranquilamente los libros que les interesan.
P. ¿Y cómo compran los libros?
R. Nos las arreglamos. Mi padre nos ha ayudado mucho, por ejemplo. Él es maestro y siempre ha entendido la importancia de la educación. Yo no podría entrar en una librería y comprar muchos libros, levantaría sospechas.
Cuando las chicas y las mujeres describen su dolor, su tristeza y su frustración, siento que no podemos parar. Estos espacios son los únicos en los que se sienten ellas mismas, se sienten libres. Hay que seguir
P. Insiste mucho en la importancia de que aprendan un oficio.
R. Es la única solución. Muchos afganos y afganas se quedarían en el país si tuvieran ingresos. Creo que es algo que la comunidad internacional tendría que tener como prioridad: qué estrategia tomar para dar trabajo a la gente y reimpulsar un poco el comercio y la industria. Y en el caso de las mujeres es en muchos casos la vía para que recuperen su independencia económica y su autoestima. Porque eliminar a las mujeres del mundo laboral ha afectado a las finanzas de muchas familias y ha sido negativo para el país entero.
P. ¿Es el mensaje que ha transmitido a las autoridades españolas?
R. Me he reunido con Isabel Menchón, del Ministerio de Asuntos Exteriores, a la que le he dado detalles sobre cómo viven las mujeres ahora en Afganistán y también qué hace nuestra organización y cómo estas actividades pueden realmente ayudar a las mujeres. Además, le mencioné la situación de las mujeres afganas refugiadas en España, que en mi país eran fiscales, abogadas, periodistas y aquí no son nadie, no tienen ingresos, no logran trabajar y sobre todo no se parecen en nada a las personas que eran. Necesitan una oportunidad.

P. ¿Cómo se protegen y protegen a las mujeres que van a sus escuelas?
R. Tenemos algunos protocolos de seguridad y la manera de hacerlas parecer una madrasa o escuela religiosa si hay una visita inesperada de los talibanes. Todo el mundo colabora para preservar los lugares secretos, todos sabemos que nos jugamos mucho y que esto es importante.
P. ¿Ha habido algún momento en que se haya sentido especialmente en peligro?
R. Es muy complicado viajar en este momento dentro de Afganistán, sobre todo si eres mujer y si llevas libros y documentos, como era mi caso. Por ejemplo, el año pasado queríamos crear una biblioteca en otra región y fuimos en coche mi padre, dos compañeras de la organización y yo. Cargados de libros. Mi padre se hizo pasar por el padre de las tres. Y al llegar al lugar y descargar aparecieron los talibanes. Les dijimos que era para una escuela de niñas menores de 12 años, pero arrestaron a un chico que nos estaba ayudando. Tuvimos que salir rápido de allá porque iban a volver. El chico estuvo detenido varios días y aquello le marcó mucho y yo me sentí muy culpable.
P. Pero no la disuadió.
R. No… Es un trabajo que tiene que ser hecho. Cuando las chicas y las mujeres describen su dolor, su tristeza y su frustración, siento que no podemos parar. Estos espacios son los únicos en los que se sienten ellas mismas, se sienten libres. Hay que seguir. También hemos creado un grupo en Pakistán, donde ya hay 50 mujeres formándose. Allá las refugiadas afganas también lo están pasando muy mal, son marginadas, no tienen cómo subsistir y ni siquiera tienen derecho a llevar a sus hijos al colegio.
Las mujeres afganas refugiadas en España en mi país eran fiscales, abogadas, periodistas y aquí no son nadie, no tienen ingresos, no logran trabajar y sobre todo no se parecen en nada a las personas que eran
P. Cuando hablamos de los afganos en la prensa, lo hacemos de los talibanes, pero en esta entrevista aparece otro perfil de hombres.
R. Hay muchos hombres en Afganistán que nos apoyan mucho, son los que mandan a sus hijas o hermanas a nuestras escuelas. Pero luego están las zonas rurales, donde la mentalidad es más cerrada y ahí las mujeres están sufriendo mucho. Hay hombres que son talibanes en sus propias casas, que cortan las alas a sus madres, esposas o hermanas y les privan de todo.
P. ¿Por qué tomó la decisión de marcharse de Afganistán?
R. Surgió esta oportunidad y creo que mi existencia aquí aporta más que mi existencia en Afganistán. Estoy aprendiendo de otros defensores y estoy siendo portavoz de mujeres y niñas que están allá y a las que nadie escucha.
P. ¿Incluida la comunidad internacional?
R. Todo el mundo sabe qué pasa en Afganistán, pero miramos hacia otro lado. Mi país no es una prioridad para nadie y eso se traduce en más pobreza para nosotros.
P. ¿Cree que volverá a Kabul?
R. (Suspira) Mi país es como mi madre, lo amo. Y tampoco quiero ser una migrante. Quiero hacer todo lo posible por Afganistán, por reconstruirlo, pero ahora mismo deseo seguir adelante con mi educación porque creo que esa es la mejor manera de ayudar
Fuente: www.elpais.com
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