La psicóloga, sexóloga clínica y educadora sexual, Andrea Orlandini reflexiona sobre las relaciones y la sexualidad en tiempos de tanta tecnología y virtualidad.
Llega el verano y tanto jóvenes como adultos guardan la expectativa de enamorarse, nos hablan de la necesidad humana de reconciliarse con los afectos, la comunicación íntima, el juego y la fantasía. Mientras, en paralelo, somos parte de un mundo y sus redes sociales que gira a toda velocidad y nos bombardea con mensajes que nos dicen que tenemos derecho a disfrutar hoy, aquí y ahora.
En este contexto, los vínculos afectivos se han diversificado, existen mandatos culturales posmodernos signados por el autoerotismo del disfrute, donde seguimos viviendo la supremacía de una sexualidad orgasmo céntrica, pero con el atenuante de que todo el eros está puesto en función de una satisfacción inmediata. Como una especie de zombis en búsqueda mecánica de la satisfacción, sin un destino claro, por el mero hecho de desear.
¿Por qué nos ocurre esto? Nuestro cerebro está programado para sobrevivir. Es decir, estás biológicamente programado para alejarte de todo lo que te hace sufrir -tu cerebro lo concibe como una amenaza- y acercarte a lo que te produce placer. Cuanto más placer con menos esfuerzo, mejor. Se trata de un instinto natural de supervivencia. Por eso, alimentarse, descansar o el sexo son actividades placenteras.
El dinamismo, la conectividad y la accesibilidad instantánea a un océano de productos, servicios y actividades que caracterizan al siglo XXI, añaden a la búsqueda de la satisfacción de necesidades, el agravante de la inmediatez. Ya no nos vale con poder satisfacer una necesidad. Queremos que esa satisfacción sea inmediata.
Es evidente que la posibilidad de acortar tiempos y de mejorar el acceso a las cosas es una ventaja, más todavía cuando el tiempo se ha convertido en uno de los bienes más preciados, pero también hay que ser conscientes de que nos ha convertido en seres impacientes.
La inteligencia erótica trabaja sobre nuestra capacidad de entender un poco mejor cómo funciona ese deseo de satisfacción inmediata. La tolerancia a la frustración y una posición de revisión de lo efímero, son elementos diferenciales entre aquellos que sostienen vínculos y muchos de los que terminan abandonando en el intento y no pudiendo mantenerlos.
Los invito a pensar y cuestionar, que quizás estamos hoy en una suerte de vinculación con las otras personas desde un lugar donde se exponen, cierta teatralización, idealización, virtualidad y una invasión de lo privado que se vuelve público.
Mi intención no es cuestionar el universo virtual, la era tecno pornográfica y la sobreestimulación de cuerpos y contextos. Simplemente pensar juntos, que también podríamos detenernos entre tanta velocidad, locura, a veces despersonalización, rediseñar los contratos humanos y poder revisarlos
Entonces los grandes retos de la época – como saber esperar, trabajar y deconstruir mitos de amor romántico- y los grandes placeres que llevan aparejados, requieren grandes dosis de paciencia, constancia y madurez psicoafectiva y sexual. Quizás, el secreto esté en necesitar poco, saber diferenciar lo esencial de lo accesorio y estar comprometido al máximo con tu proyecto de vida vincular.
Nuestras emociones, recuerdos y pensamientos, nos informan acerca de lo que nos importa, median en nuestros vínculos con los otros y con nosotros mismos, motorizan nuestras acciones y son expresiones de pura vitalidad. A veces sucede que una emoción nos «toma», se instala cómodamente y hasta
puede convertirse en un mood que empezamos a contagiar a los demás. Si es una emoción positiva, buenísimo, porque expandimos lo bueno y somos agentes de cambio. Pero… ¿qué pasa cuando las emociones son las que nos tiran para abajo, nos enroscan y neurotizan?
Con nuestro mundo interno pasa algo parecido a lo que buscamos cuando queremos ser más ecológicos: no hay emociones buenas o malas, sino que el objetivo es encontrar el tan ansiado equilibrio para no contaminarnos ni contaminar. Hoy sabemos que todas las emociones tienen su propia inteligencia y devenir.
De no ser por emociones básicas como el miedo, el enojo y la tristeza, no podríamos valorar lo propio ni defenderlo y peligraría nuestra subsistencia. Son emociones que, sin gestionar, acumulamos y que con el tiempo se vuelven tóxicas ya que nos desequilibran y producen emisiones contaminantes a nuestro entorno. Por ejemplo, la ira retenida se puede convertir en rabia o rencor, y el rencor en resentimiento que es la antesala del odio. Todos ellos son subproductos o residuos emocionales que si retenemos nos puede enfermar.
No se trata de evitarlas, se trata de gestionarlas, de usar herramientas para que no nos posean y no afecten negativamente en nuestro entorno. Algunas las podemos reciclar si las traducimos correctamente y las tomamos como semáforos que nos avisan de que debemos hacer cambios en nuestra vida.
La forma con la cual dialogamos, nos comunicamos y realizamos enunciados, también determinan un sistema de creencias: limitantes o expansivos. Los vínculos saludables y sustentables entonces serían resultado de un registro, regulación y gestión de emociones, pensamientos y acciones que transformarían sentires incómodos y dolorosos.
De la misma forma que se ve en la hermosa película de Pixar Intensamente en donde se ve el tablero de control de cada uno y las emociones trabajando por ser las únicas. La alegría buscaba que no exista la tristeza o la ira y llenarse solo de esas emociones. Sin embargo, la evolución llega cuando todas las emociones comprenden que se crece cuando se aceptan que todas cumplen una función y cada una otorga experiencias y aprendizajes que no son posibles de otra manera.
Así reciclamos, reparamos y damos lugar a nuevas construcciones, sentidos y posibilidades, diferentes posicionamientos, menos sufrientes, más amorosos y posibles de pactar con nuestros otros significativos.
Fuente: parati.com.ar
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