Psicología y coaching

¿Una trampa?

Cuáles son los riesgos de esforzarse para elevar la autoestima

En el mundo actual la palabra autoestima tiene una presencia omnipresente: junto con algunos conceptos freudianos como complejo de Edipo, el yo, la neurosis y algunos otros, ha logrado saltar la muralla de lo «psi» y se ha instalado en la cultura popular.

Fue acuñado originariamente por William James, el padre de la psicología, a finales delsiglo XIX quien, en su obraLos Principios de la Psicología, estudiaba el desdoblamiento de nuestro «Yo-global» en un «Yo-conocedor» y un «Yo-conocido». Según James, de este desdoblamiento, del cual todos somos conscientes en mayor o menor grado, nace la autoestima.

El concepto fue intensamente desarrollado desde entonces produciéndose una disminución de su uso en la era de la psicología conductista, pero luego el humanismo volvió a ponerlo en el tapete. Lo interesante de la palabra autoestima es que ayudó a darle importancia a la vivencia subjetiva interna de las personas observando cómo se ven a sí mismas, si se sienten a gusto o no en el espacio vital en el cual se mueven, y de esa forma nos ayudó a nosotros, los profesionales de la salud, a introducirnos en las profundidades del sentir humano, especialmente de niños o personas con dificultades para expresar sus emociones.

Por supuesto que el concepto siempre se encontró con dificultades para validar científicamente su uso: ¿cómo clasificar la autoestima, en normal, alta o baja solamente? ¿es medible en términos cuantitativos siendo una experiencia tan personal e íntima?

Actualmente, y especialmente desde las nuevas terapias cognitivas y el mindfulness, se cuestiona su uso y se aconseja buscar conceptos más asertivos. Además, se pone en duda el valor de desarrollar autoestima como un objetivo saludable para las personas. Veamos por qué.

Concepto gráfico de autoestima elevada. Imagen ilustrativa Shutterstock.

Concepto gráfico de autoestima elevada. Imagen ilustrativa Shutterstock.

Desarrollar autoestima: ¿hacer fuerza para querernos?

Cuando al Dalai Lama Tenzin Gyatzo le preguntaron cuál es el equivalente de autoestima en su idioma tibetano, no comprendió la pregunta: ¿Qué quiere decir eso?, inquirió. Una vez explicado el término, volvió a preguntar: «¿Y por qué alguien debería entrenarse para quererse más? Es como hacer fuerza para hacer algo natural».

 Este es el problema con el concepto de autoestima, por más que algunos defensores lo nieguen: que lleva consigo la carga del éxito social. Sentir autoestima implica valorarse a uno mismo de acuerdo a los logros de objetivos socialmente valorados. Más logro, más autoestima tengo.

El psicólogo estadounidense Albert Ellis, creador de la Terapia Racional Emotiva Conductual, ha calificado en numerosas ocasiones a la filosofía de la autoestima como esencialmente autofrustrante y destructiva ya que considera que, aunque la propensión y tendencia del ser humano hacia el ego es innata, la filosofía de la autoestima aparece en un análisis definitivo como irreal, ilógica y destructiva para el individuo y para la sociedad, proporcionando más daño que beneficio. Cuestiona los fundamentos y la utilidad de la fuerza del ego, y afirma que el concepto de autoestima está basado en premisas definitorias arbitrarias, y sobre un pensamiento sobre-generalizado, perfeccionista y ostentoso. ​

Ellis agrega que, aunque los seres humanos tienen una fuerte tendencia (nosotros diríamos que esa tendencia es aprendida socialmente) a evaluarse o a juzgarse, no tienen por qué hacerlo y se comportan de forma irracional cuando lo hacen; pues simplemente podrían aceptar su existencia «como existo, prefiero seguir vivo y mientras lo esté, prefiero ser feliz».

Según Ellis, la alternativa más saludable es usar el concepto de «autoaceptación de forma incondicional». ​ ​

Para el psicólogo Albert Ellis, la filosofía de la autoestima proporciona más daño que beneficio. Imagen ilustrativa Shutterstock.

Para el psicólogo Albert Ellis, la filosofía de la autoestima proporciona más daño que beneficio. Imagen ilustrativa Shutterstock.

Disminuir la comparación con los demás

En realidad, no es que necesitemos aprender a querernos. Es algo que naturalmente podríamos hacer si no aparecieran tantos condicionamientos en nuestras vidas, si pudiéramos darnos cuenta que la «valoración que hacemos de nosotros mismos» no es necesariamente quién somos: es sólo una percepción a la luz de nuestros logros personales en un marco social que puede ser exigente, devorador, y mayormente en comparación con los demás.

Claramente, no vivimos en una burbuja para abstraernos de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, no podemos prescindir de lo que los demás hacen y en la comparación puede haber algo de aprendizaje. Pero necesitamos limitar esa acción continua de pensar cómo deberíamos ser en base a lo que los demás son, cómo actuar en base a lo que los demás hacen. Vivimos comparándonos. De una forma u otra, esa es una traición a nuestra búsqueda más personal e íntima, es mirarnos en el espejo de otro.

En mindfulness hablamos de conectar profundamente con nosotros y si es que nos observamos (yo observador) hacerlo con amabilidad, con profundo afecto y sin perder de vista nuestro proceso, nuestro camino y el ser auténticos.

En el reconocimiento de nuestra humanidad integral, perfecta en sus imperfecciones, vital y sagrada, está el camino de re-descubrir el afecto por nosotros mismos. No hay que ganar nada, no hay que alcanzar ningún objetivo. Sólo SER.

Fuente: clarin.com