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Romper con los estereotipos de belleza: vestir para vos misma

Desde pequeñas nos moldearon con imágenes, publicidades y frases que parecían inofensivas pero que calaron hondo: “Ese color no te favorece”, “Si adelgazas un poco, todo te quedará mejor”, “Ese talle es grande para vos”, o “Este tipo de ropa no te queda, no va con tu altura”, y así muchos comentarios más. 

Crecimos aprendiendo a mirarnos con los ojos de otros, no con los propios. Y así, la ropa, que podría haber sido una herramienta de expresión, se volvió para muchas una medida de valor personal.

Lo que pocas veces nos dicen es que los talles no son universales. Que una misma prenda puede ser un “M” en una marca y un “XL” en otra. Que esas etiquetas están diseñadas con parámetros que no representan la diversidad real de cuerpos que habitamos el mundo. Y que, lejos de ser un indicador de belleza o salud, son apenas un número o una letra pegada a una costura.

Y entonces, llega ese momento que tantas hemos vivido: entrar a un local con ilusión, elegir algunas prendas y pasar al probador con una sonrisa tímida. Pero la sonrisa se borra cuando ninguna prenda te cierra, cuando el espejo parece agrandar cada inseguridad y cuando entendés que no es tu cuerpo el problema, sino la industria que se niega a reconocerlo. Salís del probador con los ojos llenos de lágrimas, no porque no te guste cómo te ves, sino porque no hay un solo talle que te abrace como merecés. Ese golpe silencioso, repetido una y otra vez, deja marcas que no siempre se ven.

Pero… ¿y si empezamos a vestirnos para nosotras y no para la mirada ajena?

No hablo sólo de elegir prendas cómodas, sino de elegir prendas que nos hagan sentir libres, seguras, auténticas. Ropa para bailar en casa, para sentirnos dueñas de la calle que pisamos, para reflejar quiénes somos y no quiénes se espera que seamos. Porque la ropa no debería ser un disfraz para encajar, sino una declaración de identidad.

El problema es que hemos naturalizado la tiranía del espejo. Ese momento frente al reflejo, en el que en lugar de preguntarnos “¿Me gusta?” nos preguntamos “¿Me verán bien?”. Cambiar esa pregunta es un acto de rebeldía silenciosa pero poderosa. Es recuperar el derecho a elegir por placer y no por aprobación.

Romper con los estereotipos de belleza no es un acto individual, es una construcción colectiva. Es aceptar que no hay un solo cuerpo correcto, ni una sola forma de vestirse bien. Es entender que la ropa no tiene género, no tiene edad, no tiene peso ni medidas predeterminadas: tiene historia, tiene emociones y tiene el poder de acompañarnos en los días más felices y también en los más difíciles.

Imaginate si un día todas decidiéramos vestir para nosotras. Si dejáramos de escondernos detrás de prendas que “disimulen” y empezáramos a elegir prendas que nos iluminen. Si en vez de pedir que cambie nuestro cuerpo, exigiéramos que cambien las tallas, que la industria se adapte a la gente y no al revés.

No somos la etiqueta que llevamos pegada en la espalda. Somos la manera en la que nos movemos con esa ropa, la historia que llevamos puesta, la forma en la que nos sentimos al usarla.

Cuando dejemos de medirnos en centímetros y empecemos a medirnos en comodidad, confianza y alegría, habremos ganado una batalla inmensa. Porque la verdadera belleza empieza el día en que el espejo deja de ser un juez y se convierte en un cómplice.

Y aquí está la gran verdad que duele reconocer: por más actitud que le pongas, por más que aprendas a sentirte segura con tu cuerpo y a elegir lo que te gusta, la industria sigue fallando. Porque el error no está en vos, está en un sistema de talles y etiquetas que no son universales y que siguen excluyendo a millones de personas.

Que nunca te hagan creer que tu valor se mide en centímetros.