Floral Zu (fotógrafa, diseñadora gráfica) ya había ya recorrido treinta países en bicicleta con sus cámaras al hombro cuando descubrió una oferta irresistible de pasajes aéreos a Japón. Nunca había estado en Oriente y el destino le interesaba. «Era un día de 2018 en el que la economía argentina vivía uno de sus momentos galopantes, así que me dije: ‘Es ahora o nunca’. Y no lo pensé más», recuerda.
A los dos meses estaba en Tokio dispuesta a asombrarse. No conocía mucho del país a excepción de los lugares comunes y las impresiones que se construyen con los filmes de Akira Kurosawa o con los paseos por el Jardín Japonés. Floral llevó tres cámaras y, como siempre, su bici plegable. Pedalear, ver y retratar fueron los tres verbos que definieron su viaje. El resultado fue un libro, Japón desde mi bicicleta, con imágenes sorprendentes y códigos QR para que el lector acceda desde su teléfono a videos con el backstage de cada foto.
«A diferencia de mis treinta viajes anteriores, en los que también uní mi amor por la bici y por la fotografía, Japón me cambió el eje. Mis otras experiencias habían sido en países occidentales, en donde uno siempre encuentra un rasgo con el cual reconocerse, más allá de las diferencias. Pero en Japón me costaba comprender un montón de cosas, tenía que observar mucho, y eso me llevó a un deslumbramiento absoluto», dice Floral.
Gatos de la suerte en el templo Gotokuji, donde surgió su leyenda. Foto: Floral Zu.
-Dame un ejemplo de algo que escapara a tu compresión.
-Yo uso la bici para recorrer las ciudades, pero para las distancias largas tomo tren. Allá, nadie habla en voz alta en el tren, hay carteles por todos lados que te piden que pongas el celular en silencio, que no hables por teléfono, que ni siquiera mandes un mensaje de audio. La gente está muy concentrada en sí misma. Muchos pasajeros van durmiendo, lo que a priori yo lo atribuía al cansancio de la jornada laboral tan exigente que tienen. No establecen con el otro ese vínculo rápido que es tan propio de los latinos. Quizá, vos en el colectivo te ponés a charlar con un desconocido como si fuera un amigo. En Japón no. Yo estaba todo el tiempo en alerta, preocupada por no hacer algo que les pareciera ofensivo.
Barrio Shinjuku. Uno de los vecindarios más estridentes de Tokio. Foto: Floral Zu.
-¿Qué otras cosas te llamaron la atención?
-Los contrastes. El silencio y el ensimismamiento que uno ve en el transporte público se contrapone a la exaltación que encontrás en los locales de videojuegos, donde están a los gritos y con música estridente. Mi libro apunta a registrar el asombro de alguien como yo que por primera vez asoma su nariz a un país tan diferente. Uno imagina un Japón que es líder en tecnología de punta y es verdad: hay hoteles en los que te atiende un robot. Pero al mismo tiempo, en pleno Kioto, te topás con bocacalles con un entramado de cables que cruzan de un lado a otro. Y te preguntás: ¿acá no era todo wireless?
Barrio Ginza. Se lo conoce como el sector más refinado e impecable de Tokio. Foto: Floral Zu.
-Imagino que el backstage de cada foto es una historia en sí misma.
-Sí, incluso en pavadas. Como cuando fui a un santuario, cuatro kilómetros con esos arcos anaranjados que se llaman tori, llovía, tenía hambre y lo único que vendían era helado de soja.
Floral Zu en la Isla de Miyajima, Japón.
-¿Cómo era la reacción de los japoneses cuando te veían trabajar?
-De sorpresa. Ellos me veían tirarme al piso o meterme al agua para sacar la foto ideal que tenía en mente y algunos se quedaban mirándome, extrañados, y otros pedían sacarse una foto conmigo.
Gran Buda de Kamakura. Foto: Floral Zu.
El viaje de Floral Zu a Japón puede medirse en días (quince) o en imágenes (más de quince mil). Las jornadas eran intensas y productivas gracias a un jet lag que nunca terminó de irse y que la hacía despertarse a la madrugada y salir a domar el asombro desde muy temprano.
Ciclista en Akiahabara. Foto: Floral Zu.
«Estuve en Tokio, Kioto, Hiroshima, Nara, Kamakura y la Isla de Miyajima. Mi espectro perceptivo se expandió, mi mirada se hizo más amplia y mis ojos, más grandes. Busqué en el libro plasmar aquello que impactó mis sentidos, lo que desafió mi lógica, lo que me cautivó y sedujo mi mirada. Intensos y sutiles colores, nuevas formas, nuevos sonidos, nuevos silencios», dice Floral, fascinada por un viaje que dentro de ella aún no terminó.
Fuente: clarin.com
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