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Los riesgos de la comparación en las redes sociales

Con más tiempo disponible, las redes sociales operando 24-7 como vínculo con el exterior, y todos más pendientes de lo que sucede en otros lugares del mundo -o bien en el departamento de al lado-, algunos fenómenos característicos de estos tiempos se ven exacerbados. Si ya se hablaba de los índices de malestar que producen las redes sociales y hasta su impacto en la autoestima, hoy se suma un contexto de gran disparidad económica y de condiciones en las que se atraviesa esta pandemia, que no ayuda. Así ya se habla de la llamada quarantine envy (o envidia de cuarentena), en relación a la sensación de falta o inferioridad que produce la comparación con otros, así como también, el efecto negativo que puede despertar ver o escuchar buenas noticias ajenas. ¿Cómo se elige mostrar y contar en este contexto tan crítico? ¿Cuáles son las nuevas etiquetas sociales online? ¿Conviene mostrar siempre lo positivo, o tenemos el deber moral de compartir también lo mundano, aburrido o hasta triste?

«Cuando empezó esto de la cuarentena me sentí bombardeada de mensajes de esperanza o de cuentas de gurúes o influencers. Esto nos genera culpa, agotamiento, nos comparamos con esta gente y olvidamos que solo vemos 2 o 3 minutos de su vida totalmente editada. Nos vuelve pasivos y a la vez crean una burbuja muy narcisista y no de expresión más diversa», dispara Bernarda, ilustradora.

El pasto siempre es más verde del otro lado dice el refrán. Todos queremos algo que no tenemos, o pensamos que podríamos estar haciendo algo mejor con nuestro tiempo, aunque el ánimo no acompañe y sea natural estar preocupados o ansiosos. Desestabilizante como puede parecer, todos sentimos envidia en algún momento. Lo importante es cómo lo procesamos y tratar de juzgarnos más amablemente al respecto.

«En el corazón de la envidia está la comparación de tu situación con la de otra persona, un proceso básico y transversal a todas las culturas», explicaban en una editorial del New York Times. Y no hay peor tiempo que el que estamos viviendo para compararse. Aún siendo que la envidia es un aspecto poco investigado y subrepresentado en los estudios -a nadie la gusta admitir que la siente-, lo que sí sabemos es que las redes sociales la magnifican y empeoran.

«Una fantasía que se impone: el otro la pasa mejor que uno mismo. Tal vez no se sabe dónde el otro está parado o qué padeceres sufre, pero forma parte de una fiesta a la que no nos invitaron. Algo del orden especular. Twitter es la red de la catarsis social, Instagram es una vidriera virtual. La imagen es la estrella y los filtros vienen a engrosar esa fantasía de lo fantástica que es la vida del otro. La cuarentena afectó nuestros tiempos y hábitos de consumo, sobretodo de consumo de contenidos. Nos metimos de lleno en la casa de las personas, o mejor dicho las personas nos metieron en sus casas», dice la psicóloga Teresa Crivaro relativizando las narrativas que se construyen. A veces lo único que nos queda es este relato virtual.

Ahora, aún sabiendo estas cosas, ¿cómo nos afecta ver la vidas «idílicas»? «Creo que en este contexto son algo nocivas, no se cuánto aportan los recortes de la realidad hoy. No sigo este tipo de contenido, porque siempre se trata de exitismo, sin saber muy bien en qué se tiene éxito. Si prendemos la tele, el mundo se cae a pedazos, y es contradictorio con el mensajes de algunos usuarios. Cuando gente que tiene mucho alcance, muestra lo maravillosa que es su vida, automáticamente se enciende un chip de ‘qué estoy haciendo mal yo’. Siempre me refiero a la gente que hace contenido, no al resto, que por ahí nos salió bien la pizza y queremos compartirlo», cuenta Marianela, diseñadora.

Otros como Clara, periodista, no pueden dejar de sentirse preocupados por las consecuencias psíquicas del uso y abuso de las redes sociales a largo plazo. «Cuando empezó la pandemia creo que a muchos, me incluyo, nos entusiasmó la idea: durante un mes la vida de todos iba a ser más o menos mediocre y nadie iba a sentirse mejor o peor por eso. Ahora me doy cuenta lo ingenua que fui. Si los influencers se ganan la vida haciendo sentir mal con su propia vida a quiénes los siguen, cómo el juego de «a ver quién la pasa mejor» no se iba a transformar en ‘a ver quién la pasa mejor mientras todas las certezas que tenemos se caen a pedazos’. Generar envidia nunca fue tan fácil. Y creo que ahí, en esta lógica medio perversa, casi todos somos víctimas y victimarios».

Para evitar las comparaciones indeseables hay gente elige cerrar sus cuentas al público general o mantener canales privados (subgrupos como el «mejores amigos» de IG) para compartir noticias puntuales con sus círculos. Además, algo recomendado para todas las edades y tipos de usuarios, es dejar de seguir las cuentas que te generan malestar y hacer limpieza conscientemente. Sin embargo, tampoco se trata de auto-censurarse, aún en este contexto todos tenemos derecho a una dosis de buenas noticias.

«Me pasa que a veces siento que hay una confusión con lo positivo y con lo banal. Trato de compartir lo bueno con mi círculo, si necesito amplificar la noticia, ponerla en redes, que suene esperanzadora. Cada uno hace lo que puede y siento que es un momento difícil para la opulencia. Tenemos la posibilidad de seguir y dejar de seguir, elijo curar lo que veo. Hay herramientas para que la vidriera digital no afecte nuestra salud mental,», admite Marianela.

Un editorial titulado «Tenemos una responsabilidad moral de postear nuestras vidas aburridas en Instagram» publicado en The Atlantic, planteaba a comienzos de la pandemia la necesidad de acompañarnos mostrando también lo cotidiano y no-escenificado en las redes. Aprovechar la tecnología para conectar con nuestros vínculos cercanos en vez de bucear por caras desconocidas.

«Creo que dejar de seguir a aquellas cuentas que nos hacen sentir mal es un primer paso, e intentar meterle un poco de autenticidad a nuestra presencia en redes puede ser un buen segundo paso. Además, a la envidia que se puede llegar a sentir, no agregarle culpa por sentirla porque sino entramos en un loop de autoflagelación que no termina más. Y compartir con nuestro entorno próximo algunas de nuestras miserias lo considero directamente un paso obligado como guiño al que está del otro lado: no te preocupes, yo también estoy medio rota», sugiere Clara.

«En definitiva quizás se trata de entender que la pandemia nos afectó a todos, aunque sea en distintas medidas, y que la envidia es un sentimiento que atraviesa a todas las personas, pero se oculta. Los sentimientos son reacciones ante los estímulos, están para adaptarnos a las circunstancias». Tal vez parte de esa adaptación sea entonces generar nuevos hábitos y códigos más honestos y empáticos con los demás, y con nosotros mismos.

Fuente: lanacion.com

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