La empatía es, con toda seguridad, uno de los conceptos más populares de la ciencia actual. La mayoría de personas lo utilizan como una palabra más dentro de su acervo lingüístico, para definir el modo en que otros (o ellas mismas) suelen implicarse emocionalmente en sus relaciones.
No obstante, la empatía es un fenómeno muy complejo, con hondas raíces que se hunden en la historia filogenética del ser humano. Es muy cierto que, sin ella, no habríamos alcanzado el grado de desarrollo social (y de cooperación) que nos ha permitido llegar hasta aquí.
En las páginas sucesivas ahondaremos dentro de este fenómeno, desentrañando cuáles son los tipos de empatía que la ciencia ha podido clasificar y el modo en que cada uno de ellos se expresa.
¿Qué es la empatía?
La empatía tiene un rol central en la conducta del ser humano, y particularmente en cuanto a sus correlatos sociales. Todo vínculo estrecho entre dos personas está sujeto al influjo de la emoción, que permite mantener íntegros los cimientos sobre los que se erige, pese a todas las inclemencias del conflicto relacional. De un modo sencillo, podría decirse que mediante la empatía trascendemos los límites de la piel y nos adentramos en la experiencia del otro.
La ciencia ha demostrado que, ya durante los primeros meses de vida, los recién nacidos la pueden mostrar ante el dolor de los demás. O que incluso reaccionan de manera empática al escuchar el llanto de otros niños. No obstante, se trata de una habilidad que suele refinarse con el devenir de los años, a medida que nos vinculamos y compartimos nuestras vivencias relevantes. Es, por todo ello, un resultado del aprendizaje y del intercambio relacional, pese a que también puede contribuir algún factor de tipo genético.
En general, la empatía podría definirse como la capacidad de reconstruir en nuestro interior los «estados mentales» de los demás, tanto en sus componentes cognoscitivos como en los puramente emocionales. De esta manera, nos resultaría posible tomar una fotografía precisa de lo que está sintiendo nuestro interlocutor, movilizándose la voluntad por ayudarle o por predecir su conducta y/o su motivación. Y es que no puede entenderse el altruismo entre dos seres humanos eliminando la empatía de la ecuación.
Tipos de empatía
Pese a que pudiera resultar contradictorio de algún modo, las últimas investigaciones sobre la cuestión muestran que la empatía también es un elemento relevante para comprender la conducta antisocial, y no únicamente desde el punto de vista de una supuesta ausencia de la misma. Y es que algunos de los componentes de esta habilidad pueden quedar desprovistos del matiz emocional, participando en procesos tales como la sencilla identificación de afectos o intenciones en el otro, pero sin ningún grado de autorreconocimiento en ellos (por lo que se suele usar como base para la manipulación o el chantaje).
Y es que la empatía implica, al menos, tres procesos distintos: reconocimiento emocional, integración emocional y puesta en marcha de conductas congruentes. Todos se suceden de un modo lineal, de forma tal que el primero es necesario para la aparición del segundo, y el segundo lo es para la del tercero. En estos últimos años se está considerando la inclusión de un cuarto paso: el control de las propias reacciones emocionales, que persigue el fin de evitar que este fenómeno desborde los recursos internos y se acabe traduciendo en un perjuicio.
Cada una de estas fases ha recibido su propia etiqueta, deviniendo realidades relacionadas pero independientes en cierto grado. Con este artículo pretendemos explorarlas y detallar en qué consisten, trazando así las características de lo que popularmente ha venido a llamarse «tipos de empatía» (aunque recordando que en realidad todas son parte de un mismo proceso cognitivo-afectivo).
1. Empatía cognitiva
La empatía cognitiva es el nombre que se ha asignado por consenso a la primera parte del proceso: la identificación del estado mental de nuestro interlocutor. A partir de los contenidos verbales (testimonios, confesiones, etc.) y no verbales (gesticulaciones faciales, p.ej.) que el otro emite durante la interacción, se activan en nuestro cerebro estructuras profundas y muy primitivas que tienen el objetivo de codificar la información de tipo social, reconociendo en el mismo acto (a través de inferencias) qué es lo que transita por la mente de quien está frente a nosotros.
En este punto del proceso, elemental para que el resto se despliegue, se articula una visión general de lo que el otro piensa y siente; pero sin que exista todavía una implicación de tipo personal en todo ello. Es por eso que con gran frecuencia ha sido un fenómeno equiparado a la teoría de la mente, un hito básico por el que se adquiere la capacidad de reconocer al otro como un sujeto con sus propias experiencias internas y motivaciones, independientes de las propias. Con ello se inicia la diferenciación de uno mismo respecto a los demás, que sucede en los primeros años de vida como una parte clave de la maduración neurológica.
El análisis informativo de la empatía cognitiva se centra en los elementos lógicos/racionales, extrayendo de la ecuación cualquier correlato afectivo que (por lógica) se podría predecir en lo sucesivo. La mayoría de la gente se adentra inmediatamente en el sopesamiento de otros matices, incluyendo la forma en la que todas estas «impresiones» intelectuales resuenan en su propia vida emocional, pero en otros casos el proceso finaliza aquí. Este último supuesto es el que puede hallarse entre psicópatas, por citar un ejemplo conocido.
La empatía cognitiva tiene muchas utilidades, por ejemplo en el ámbito de las negociaciones empresariales. Esto es así porque permitiría la identificación de necesidades/expectativas sin los componentes emocionales de la decisión, lo que puede ser de utilidad en el contexto que se plantea. No obstante, esto último es muy importante para la vida cotidiana; pues existe mucha evidencia de que sin la contribución del afecto, los problemas tienden a resolverse de un modo más impreciso e ineficiente.
2. Empatía emocional
La empatía emocional requiere que, primero, seamos capaces de «captar» cognitivamente la experiencia ajena. Una vez alcanzado esto, se avanza a un segundo nivel de elaboración, en el que las dimensiones emocionales se erigen como un faro en el vasto océano de las vidas interiores. En términos generales, esta forma de empatía nos dota de la capacidad para ser sensibles a lo que sienten los demás, esencial para responder adecuadamente a aquello que demandan en el ámbito de lo privado.
Se trata de una forma de compartir el mundo interior vicariamente. El observador del afecto sincronizaría con la experiencia íntima del que es observado, y experimentaría una serie de estados internos muy similares (aunque jamás idénticos) al de este. A un nivel cerebral, se ha probado que el giro supramarginal derecho tiene un papel clave en la empatía e incluso la compasión; una región que se ubica en la intersección entre los lóbulos temporal, frontal y parietal.
Esta estructura es necesaria para contribuir a la distinción entre los afectos que son propios y los ajenos, de forma que si sufre algún daño se manifiesta un declive dramático de esta capacidad. Por otra parte, es esencial tener en cuenta que una empatía constructiva requiere de una adecuada habilidad para regular lo que sentimos, algo que conecta directamente con la actividad de la corteza prefrontal. Sin una adecuada gestión de todo ello, es posible que acabemos abrumados por el dolor de quienes nos rodean.
Y es que la empatía emocional no equivale al «contagio emocional», sino que devendría la capacidad para sumergirnos en el mundo del otro sin acabar inexorablemente tragados por él.
3. Simpatía o preocupación empática
La palabra «simpatía» proviene del griego, y se podría traducir como el acto de «sentirse igual que el otro». Se trata de una preocupación por la experiencia ajena, que surge al ser capaces de identificarla y sentirla en propia piel, y que a menudo acabaría derivando en conductas de ayuda (prosociales). Se trata, por tanto, de un paso más allá dentro del proceso empático, a partir del cual todo él se manifestaría en el escenario de lo social a través de algún acto deliberado de altruismo (e incluso entrega).
Las personas que llegan a este punto dentro del proceso empático se sienten motivadas a la acción; puesto que aportan su esfuerzo por ayudar de manera incondicional, espontánea y desinteresada. No obstante, se debe señalar que a veces el refuerzo por estos actos es de tipo social (el respeto del entorno o el alivio de un sentimiento de culpa, p.ej.), por lo que no serían altruistas, sino más bien prosociales (al llevarse a cabo con el objetivo de obtener una recompensa).
A pesar de ello, esta dimensión de la empatía supone la culminación de un largo proceso de análisis cognitivo-emocional, transformando la intención en hechos dirigidos al alivio del dolor ajeno. Es también el matiz que confiere a la empatía un evidente valor adaptativo, puesto que estimula el sentido de colaboración y la compasión por quienes pertenecen al propio grupo (en mayor medida que por las personas ajenas a él).
4. Ecpatía
La ecpatía es, quizá, la contribución científica más reciente al ámbito de la empatía y de la compasión, aunque a menudo ha sido víctima de interpretaciones erróneas que en absoluto se ajustan a la realidad. A través de la misma, las personas aprenden a reconocer cuáles de las emociones que sienten en un determinado momento no les pertenecen en realidad, sino que proceden de una fuente externa que las ha «transferido».
Con su utilización se atajaría la confusión, y se abordarían estos contenidos de manera diferente a si fueran propios, con lo que no se perdería la propia experiencia en la convulsión interna de quien se expone al dolor de otros.
Se trata, por tanto, de un mecanismo a través del que resulta viable evitar los «excesos» de la empatía, cuyo riesgo principal reside en el contagio emocional y la manipulación. Así, se puede decir que impide que la vida interior del otro nos arrastre de forma tal que bloquee la capacidad de actuar, pero preservando aún la posibilidad de reconocer y sentir todo lo que le ocurre. Supone la posibilidad de sentir, pero sin caer en una dañina identificación.
Fuente: www.psicologiaymente.com
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