Psicología y coaching

¿Es verdad que la gente no cambia?

¿Hasta qué punto es cierto que por mucho tiempo que pase la gente no cambia?

Cuando alguien se comporta de una manera cuestionable una y otra vez, es frecuente que las personas de su alrededor suelten la frase: «La gente no cambia». Además, es probable que tengan argumentos al respecto para sostener dicha premisa.

Pero, ¿alguna vez nos hemos parado a pensar si es esto realmente así? ¿Es cierto que no tenemos la capacidad de cambiar, siquiera parcialmente? En este artículo, desarrollaremos las distintas aristas que posee este tema.

¿Puede una persona cambiar?

Como bien decíamos, las situaciones en las cuales esta expresión aparece aluden a circunstancias en las que alguien considera que otra persona debería cambiar. Sin embargo, para poder determinar si una persona puede cambiar o no es necesario precisar qué.

Si nos referimos a modificar determinado aspecto de la personalidad muy arraigado en lo profundo, muchas veces determinado por una serie de vivencias que han acontecido en la historia de una persona, puede que pretender que alguien cambie de tal forma sea una expectativa poco realista.

Las personas hemos aprendido ciertas maneras de comportarnos con las personas de nuestro alrededor y con nosotros mismos. En otras palabras, podríamos sostener que la personalidad de una persona —es decir, aquellos patrones de comportamiento, pensamientos y emociones que los seres humanos solemos llevar a cabo frecuentemente y, por tanto, que repetimos en el tiempo— sería extraño que se modifique por completo.

Y es que, si bien la personalidad es un elemento estable en una persona, esto no significa que sea estática. Un aspecto interesante acerca de la personalidad es que esta no deja a un lado las contingencias del medio físico, social y cultural en el que la persona suele desenvolverse. Una persona sí puede cambiar sus comportamientos o pensamientos habituales, pero no lo conseguirá espontáneamente, sino que requiere de una motivación potente para lograrlo.

Enfatizamos la idea de que una persona no cambiará espontáneamente no porque sea incapaz de lograrlo por sí misma, sino porque a lo largo de su vida se ha habituado a relacionarse con la experiencia de una manera específica y no otra, algo que en sí mismo no supone un problema. Claro está, esto no significa necesariamente que sea la forma más efectiva para vincularse con los demás de manera asertiva, o para construir una vida valiosa; sino que ese modo de sentir, expresarse o comportarse es “lo normal” de acuerdo a su historia de aprendizaje. Para cambiar, la persona debe percibir cuán ineficaces pueden ser sus reacciones o comportamientos frecuentes en determinados escenarios.

En definitiva, podríamos decir que son los factores genéticos, la crianza que hemos recibido a edad temprana, e incluso los ambientes en los que crecimos y determinadas vivencias más o menos traumáticas aquellos que inciden en cómo y quiénes somos.

Las motivaciones para cambiar

Nuevamente, aunque el seno de la personalidad en sí mismo sea difícil de modificar, esto no supone un problema, ni quiere decir que alguien no pueda cambiar su vida de manera significativa, sino que implica que debe haber una motivación auténtica para lograrlo. Las posibilidades de lo que sí podemos cambiar son prácticamente infinitas si hay algo que nos motorice a hacerlo: cómo nos tomamos las dificultades que pueden interponerse en nuestro camino; la manera en la que regulamos nuestras emociones ante situaciones difíciles y qué acciones emprendemos en consecuencia; qué decisiones tomamos para virar hacia una vida que valga la pena ser vivida de acuerdo a nuestros valores personales en lugar de seguir dictámenes implícitos, y podríamos seguir.

Estas motivaciones son individuales, muy diversas entre sí aunque válidas por igual. Puede que una persona se haya percatado de que sus comportamientos frecuentes le conducen una y otra vez a estados de malestar, o que no son los más funcionales para lidiar con los eventos a los que se enfrenta en la cotidianeidad. También puede ocurrir que alguien desee cambiar para relacionarse de una manera distinta en su vida interpersonal. Aun así, es importante recalcar que esta idea se aparta del simple «si quieres, puedes», porque sabemos que los procesos de mejoría —ya sean en marco de la psicoterapia o fuera de ella— pueden ser complejos, estancarse o presentar altibajos

Los desafíos de llevar a cabo un cambio personal

De tal modo, cambiar no es algo que ocurra por el mero hecho de desearlo, sino que supone además poner en práctica un plan de acción para conseguirlo. Para ello, la persona que desee emprender un proceso de transformación personal debe asimismo estar dispuesta a exponerse a situaciones que normalmente tiende a evitar. Para arribar a nuevos sitios, a nuevas formas de pensar, comportarse o sentir, es necesario caminar por nuevos senderos.

Al mismo tiempo, andar por estos senderos desconocidos involucra muchas veces incomodidad o malestar, y la persona debe estar dispuesta a aceptar las emociones difíciles que cambiar conlleva. Sí, vivir una vida distinta puede involucrar experiencias donde emerja el miedo o la ansiedad, pero los cambios pueden volverse tangibles aún en presencia de esas emociones difíciles. Otra vez, el camino es sinuoso, pero los beneficios de cambiar pueden ser, a largo plazo, mucho más valiosos.

Llevando estas directrices a la práctica, supongamos que una persona desea cambiar su conducta cuando se encuentra con su pareja dado que, cuando ésta hace algo que le enoja, tiende a responder de manera agresiva. Puede que sea difícil que instantáneamente deje de sentir emociones muy intensas cuando su pareja actúe de una forma que encuentra molesta, por ejemplo, lavar mal los platos.

Sin embargo, si la persona desea vincularse de manera distinta con los demás (ya que es muy probable que la forma agresiva la trasvase a otras áreas de su vida), deberá estar dispuesta a experimentar esa ira, muchas veces sintiéndose incómoda al hacerlo, pero bajo el propósito de «emprender nuevos caminos». Esto podría encarnarse en actos concretos como, por ejemplo, realizar respiraciones diafragmáticas para así ser capaz de comunicar de manera clara y precisa cómo se siente ante esta situación y cuál es la actitud que creería conveniente que adopte su pareja en consecuencia.

En definitiva, podríamos decir que la frase «la gente no cambia» tiene una cuota de verdadera en tanto hay formas estables de comportarse cuya modificación es difícil. Sin embargo, siempre existe la posibilidad de cambiar en pos de gestionar el propio bagaje, las historias personales que han determinado quiénes somos y cuáles son nuestras virtudes y defectos, para así comenzar a moldear una vida consciente y acorde a lo que de verdad nos importa. La psicoterapia suele ser de gran utilidad para conseguirlo de manera responsable, bajo el acompañamiento de un profesional especializado.

Fuente: www.psicologiaymente.com