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Desconectar de las redes sociales: ¿es una opción recomendable?

Las redes sociales han llegado para quedarse. Hace apenas unos pocos años su uso estaba restringido a ámbitos académicos, pero hoy en día es muy difícil conocer a una persona que no disponga de como mínimo un perfil en cualquiera de ellas.

Podría decirse, incluso, que el modo en el que nos presentamos en las redes sociales puede empezar a considerarse una parte más de la identidad: la digital. Pero, ¿hasta qué punto esta coincide con la que consideramos como nuestra identidad «real»?

En este artículo abundaremos sobre esta y otras cuestiones, haciendo especial acento en los beneficios que podríamos obtener en caso de desconectar de las redes sociales. O al menos, de dedicar más tiempo a nuestra vida «analógica», en detrimento de la digital.

Desconectar de las redes sociales: ¿qué implica?

Las redes sociales han revolucionado la forma en la que nos comunicamos los unos con los otros. Desde su aparición en la primera mitad del siglo pasado, el mundo es un lugar mucho más interconectado, hasta el punto de que sabemos qué sucede en el extremo opuesto del mismo en apenas unos pocos segundos. También puede decirse que han contribuido a fomentar la libertad de expresión e incluso a la construcción del conocimiento, pues ahora es el producto de muchos millones de usuarios compartiendo información simultáneamente.

Esta transformación de las nuevas tecnologías ha desplazado progresivamente a la televisión y otros medios de comunicación tradicionales, y ha planteado interrogantes científicos sobre la forma en la que puede afectar a quienes hacen uso de las mismas. Y es que el reverso del asunto es que existen usuarios que, por un motivo u otro, dedican demasiado tiempo a estas plataformas online; lo que afecta a la forma en la que se relacionan con las demás personas en su vida real.

Al ser un fenómeno todavía reciente, existen aún muchas dudas y controversias respecto al modo en el que su uso puede comprometer la salud o la calidad de vida. En este artículo abordaremos seis potenciales beneficios de desconectar de las redes sociales, según lo que la ciencia dice sobre la cuestión.

1. Establecer relaciones con las personas del entorno

Todas las redes sociales permiten establecer comunicación con cualquier persona, por muy lejos físicamente que esté, de manera directa y sin más preámbulos. Se trata de una ventaja impensable hace unas pocas décadas, y que convierte al mundo en un lugar más pequeño (aunque menos privado). Pese a este avance, surge la paradoja de que en ocasiones puede acabar distanciándonos precisamente de los que están cerca, como la familia y los amigos.

Cuanto más tiempo se invierte en Internet, menos se dedica a quienes conviven con nosotros, lo que puede llegar a impactar sobre los vínculos que nos unen a ellos. Y es que a pesar de que las redes pueden ser una importante fuente de apoyo (especialmente durante la etapa adolescente), sigue siendo clave conciliar su uso con la vida en el entorno cotidiano, en el que construimos el día a día. En ningún caso deberían ser dos realidades incompatibles, pese a que muchas veces así sucede.

Desconectar de las redes sociales, reduciendo el número de horas que se dedica a compartir contenido o a recibir el de los demás, supone una oportunidad para estrechar lazos con las personas más cercanas. Es necesario tener en cuenta que la calidad de un vínculo se mide por el tiempo compartido, y que la mayor parte de los contactos que nacen en Internet tienden a diluirse antes de materializarse en una relación fuera de él.

2. Comunicarse cara a cara

Las redes sociales tienen sus propias formas de comunicar, que llegan a hacerse populares entre sus usuarios y la comunidad en todo su conjunto. En los últimos años han proliferado términos como «hashtag» o «trend topic» para describir funcionalidades que les son propias, y que han atravesado la barrera de las jergas para ubicarse en el escenario de la cultura «pop». Así, estos medios han afianzado un lenguaje único y reconocible, al que también contribuyen elementos figurativos con los que transmitir emociones (los conocidos emojis) y compensar la casi total ausencia de indicios no verbales.

Si bien cada red social hace su énfasis en un aspecto distinto del acto comunicativo (desde el uso de la palabra escrita a las imágenes), y todas buscan la inmediatez en su modo de relacionarse con el usuario, ninguna de ellas ofrece experiencias mínimamente parecidas al encuentro cara a cara entre dos personas que comparten un espacio físico. Ni siquiera a través de la inserción de videoconferencias u otras tecnologías similares.

La comunicación entre seres humanos implica tanto aspectos verbales como no verbales, los cuales son imitados en buena medida por las redes sociales, pero incorporando un sinfín de matices distintos (proxémicos, prosódicos, etc.) que ninguna ha logrado reproducir con precisión hasta el momento actual.

Considerando que las habilidades sociales se desarrollan a partir de la práctica con nuestros semejantes en los entornos cotidianos, es posible que un exceso de redes (junto a la carencia de interacciones reales) pueda obstaculizar el desarrollo de tan importante capacidad.

Reduciendo el tiempo que pasamos en redes ponemos a prueba y mejoramos nuestro modo de establecer relaciones interpersonales en la vida real, lo que resulta imprescindible para forjar vínculos estrechos o para progresar en las áreas académica y laboral.

3. Contextualizar de la realidad

Las redes sociales inflaman en los usuarios el deseo de admiración, hasta el punto de que en algunos estudios científicos se han descrito muchas de las dinámicas que en ellas llegan a desplegarse como “conductas narcisistas”. Lo cierto es que en las redes todos queremos mostrar nuestra mejor versión, o como mínimo la menos mala de todas las posibles, siendo este fenómeno más notable en adolescentes (pues se encuentran en un periodo especialmente vulnerable al rechazo y sensible a la presión social).

Con mucha frecuencia, las personas comparan su vida con aquello que ven en las redes, sin reparar en que son una ventana que no representa en absoluto la realidad de quien allí se muestra. Las imágenes de viajes fascinantes, de ropa cara o de una elegante puesta de sol en un paisaje paradisíaco, no implican que al otro lado ocurran cosas fascinantes mientras nuestra vida transcurre en la más absoluta mediocridad; sino que la selección de los contenidos que se publican se fundamenta en una evidente deseabilidad social.

Un ejemplo de este efecto (nocivo para la autoestima de las personas vulnerables), se encuentra cada navidad en los informativos de la televisión, cuando un ejército de periodistas acude raudo a las administraciones de lotería para entrevistar a los que han sido agraciados con algún premio importante.

La probabilidad de que «toque» es ridícula, pero se distorsiona cuando es mostrada públicamente, generando un error cognitivo que la ubica en un terreno diferente (más probable de lo que realmente es). Pues algo parecido sucede en las redes cuando nos exponemos constantemente a información sobre lo maravillosa que es la vida de los demás, en contraste con la nuestra propia.

El distanciamiento de las redes sociales nos permite enfocar nuestra atención en una vida mucho más real, que es la que nos envuelve, en la que atestiguamos con mayor claridad la fortuna y la desgracia que habitan el mundo. Esta nos devuelve a las coordenadas precisas en las que se despliegan las cosas, más allá de la farándula con la que cada uno decide mostrar su personalidad digital.

De hecho, son muchos los estudios que han relacionado este problema con la sensación de injusticia y con la erosión de la autoestima, las cuales pueden relacionarse distalmente con la depresión y la ansiedad.

4. Evitar la adicción

Pese a que todavía no existe consenso en la comunidad investigadora, muchos consideran que las redes sociales pueden estimular una conducta adictiva entre sus usuarios. Esta se explicaría a través de características como la inmediatez con la que se dan los refuerzos (aprobación social con un click en el botón de “like”), su fácil accesibilidad, la sencillez de su interfaz y la participación en comunidades que dan a la persona un sentido de pertenencia. Incluso existe alguna red que incluye juegos sencillos, cuyo fin no es otro que los usuarios permanezcan el máximo tiempo posible en su interior.

Muchos autores han descrito que el abuso de las redes sociales alberga una gran similitud con fenómenos que se dan en las adicciones tóxicas, como por ejemplo: la tolerancia (uso progresivamente mayor de cualquiera de las plataformas) y el síndrome de abstinencia (un importante malestar cuando resulta imposible acceder a la red desde cualquier dispositivo). Este grupo de síntomas reduce la implicación en otras actividades de la vida diaria, como la familiar o la laboral, y condiciona el tiempo que se de dedica a dormir o a la práctica de ejercicio físico.

Cuando resulta evidente la aparición de estos problemas, es esencial visitar a un profesional de la salud mental para que pueda articular un tratamiento individualizado, que conduzca a la persona hacia un uso responsable de estas herramientas (que pueden ser particularmente útiles cuando se utilizan del modo adecuado).

5. Protegerse de la depresión, la ansiedad y la baja autoestima

Son muchos los estudios que han encontrado una relación entre el tiempo que se dedica al uso de las redes sociales y la sintomatología depresiva, aunque todavía no se han podido esclarecer cuáles son las dinámicas exactas que subyacen al hallazgo. En cualquier caso, parece existir cierto consenso respecto a que el uso de las redes no supone por sí mismo un factor que deteriore el estado de ánimo, sino que todo está sujeto al modo en el que estas se usen.

Las redes son, por tanto, un arma de doble filo: aportan cosas positivas o negativas, y que se reciban unas u otras dependerá de aquello que el usuario haga durante el tiempo que permanece en ellas.

En la última década se han creado protocolos estandarizados para detectar, a través del uso de las redes sociales, los perfiles de usuarios que pudieran padecer depresión o manifestar ideas autolíticas, con el propósito de identificar a personas con un especial riesgo suicida. Se espera que en los próximos años todas estas herramientas (que se basan en los principios de la inteligencia artificial aplicada al lenguaje) sean utilizadas para ofrecer intervenciones de prevención secundaria (en fases tempranas de un potencial trastorno).

También se ha observado una relación entre la ansiedad y las redes sociales, en particular cuando el uso de las mismas tiene el objetivo de lidiar con emociones difíciles para las que se carece de mecanismos de afrontamiento alternativos y adaptativos. Existe algún trabajo que incluso relaciona el número de perfiles de los que se dispone (Facebook, Twitter, etc.) con la activación autónoma del usuario, el cual percibiría una demanda abrumadora al tratar de ocuparse de todos ellos del modo en el que le gustaría hacerlo.

El uso de las redes sociales debe, por tanto, moderarse entre las personas que presentan un trastorno depresivo o ansioso. Todavía hoy se desconoce con exactitud el modo en el que se relacionan estos fenómenos, pues la mayoría de las investigaciones que se han hecho hasta la actualidad se fundamentan en análisis de tipo correlacional, que no permiten trazar una relación de causa y efecto. Así, el uso de las redes podría precipitar el problema, o quizá sería el trastorno mental el que estaría motivando el abuso de Internet. La autoestima podría estar en la base de ambos supuestos.

6. Prevenir el sedentarismo e insomnio

El uso de las redes sociales es, generalmente, una actividad sedentaria. Para redactar un tuit o subir una publicación a Facebook la persona no debe realizar ningún esfuerzo físico, por lo que el tiempo dedicado a estas plataformas es inversamente proporcional al que se invierte en actividades deportivas. Este problema es muy importante sobre todo en niños, muchos de los cuales ya cuentan con su propio perfil online, puesto que necesitan ejercicio para un desarrollo saludable.

Por otra parte, también existen evidencias de que el uso excesivo de redes sociales puede reducir el tiempo dedicado al sueño, o hacer que este sea menos reparador.

Este hallazgo podría tener tres posibles causas, a saber: la hiperactivación cognitiva durante las horas cercanas a acostarse (debido a la realización de tareas mentalmente exigentes en Internet), permanecer conectado hasta altas horas de la madrugada (restando tiempo al descanso) y la exposición a pantallas que proyectan una luz excesiva sobre la retina. Todo ello puede alterar los ritmos circadianos, regulados por el núcleo supraquiasmático y la producción de melatonina desde la glándula pineal.

Desconectar de las redes sociales puede ser la ocasión perfecta para dedicar el tiempo a actividades que contribuyan a mejorar nuestro estado físico general, siempre y cuando el uso que se esté haciendo de ellas impida una vida sana. Como señalábamos, todo esto es más importante en los niños, pues participando en el juego simbólico (junto a sus iguales durante la vida real) contribuyen a la maduración de su sistema nervioso y al desarrollo de habilidades necesarias para una vida social plena (lo que además redunda en un mayor movimiento del cuerpo y en un estado físico óptimo).