Con orgullo y decisión, las mujeres empiezan a decir presente en el transporte de cargas argentino, un universo donde aún no representan ni el 1 por ciento. Sobre machismo, rutas solitarias y placer al volante hablan en esta nota.
Toda su vida detestó el color rosa. Sin embargo, cuando finalmente cumplió el sueño del camión propio (su familia siempre se dedicó al rubro y ella se crió e incluso festejó sus 15 años arriba de un “semi remolque”), no dudó ni un minuto en forrar toda la cabina con el tapizado más rosa chillón del mercado.
“Supongo que fue una forma de decir ‘acá estoy’, soy una mujer en un mundo de hombres y no por eso me tengo que mimetizar con ellos…”, cuenta hoy Virginia Melchor (29), camionera desde sus jovencísimos 18 años y actual instructora de manejo de Expreso Ruta 12, una de las dos empresas que tiene a su cargo el transporte de residuos (no la recolección) de toda la ciudad de buenos aires.
A su lado, y a cargo del volante, está Grecia Cobis, la joven venezolana que dejó su país hace dos años para literalmente comenzar de nuevo, ya que allá no sólo quedaron sus familiares más cercanos y amigos sino también su traje de arquitecta, al que ahora logró cambiar, y lo dice con total orgullo, por el de camionera.
Ella fue una de las doce mujeres que participó a mediados de 2019 de la primera edición de Conductoras, el programa de formación profesional con el que la firma Scania comenzó su aporte a una tarea que sin duda será larga: revertir la enorme brecha de género que existe en el transporte de cargas, donde tan solo el 0,7 por ciento de las licencias emitidas corresponden a mujeres.
Al programa de Scania se anotaron nada menos que 786 mujeres, una cifra que estuvo muy por encima de las previsiones de la empresa sueca, que terminó becando y formando a 12 aspirantes de todo el país, de las cuales 10 ya tienen trabajo fijo.
Grecia es una de ellas y jura que aún no lo puede creer. “Todavía recuerdo como si fuera hoy el momento en que llegó el mensaje con la noticia de mi contratación.
Estaba cocinando con mi novio y de los nervios casi se me cae el celular a la olla. Le pedí a él que me lo lea así no quedaban dudas… La verdad es que había sido una gran apuesta sumarme al programa de Conductoras.
Un salto al vacío, podría decirse, sobre todo porque estaba dejando mi profesión por un proyecto que apenas era eso, un proyecto, unas ganas de….
De hecho, el jueves anterior al comienzo del curso, la empresa en la que trabajaba diseñando y maquetando cocinas me confirmó que no me iban a dar el permiso para hacer la capacitación y que solo me quedaba una opción: renunciar.
Y así lo hice. Lo loco es que hasta me había mudado a Munro para poder ir a ese trabajo en bicicleta (quedaba en san isidro). Ahora, para llegar a La Boca, donde está la sede central de Ruta 12, tengo que tomarme tres transportes. Pero soy feliz”, sentencia.
Su madre, confiesa, no le pasó ni cerca a esa felicidad. “Casi se muere cuando le conté, encima a la distancia (ellos se quedaron en Venezuela). ‘¡ay Grecia! después de tanto estudio, tanto sacrificio…’, me decía.
Mi papá tampoco estaba muy contento…”, rememora. ¿El dinero había metido la cola? sí y no, responde Grecia ya que si bien admite que lo económico siempre tuvo un importante peso en su cabeza, más lo tenía la idea de ser camionera.
“Quería ser mujer en este mundo que de lejos parece hostil pero que de verdad no lo es. Recuerdo que cuando iba a ver obras como arquitecta la atención se me iba todo el tiempo a las grúas enormes que rodean cualquier construcción.
‘Qué lindo debe ser poder manejar esas máquinas’, pensaba… Era evidente que no me sentía cómoda con el trabajo de oficina, con estar todo el día frente a una computadora diseñando.
Estar acá arriba es lo que realmente me gusta, no tengo dudas de eso”, afirma y admite que al comienzo le daba un poco de miedo la idea de “la ruta”, esa imagen algo mítica que mezcla caminos infinitos y hostiles con una profunda soledad.
Virginia hizo el camino inverso. Su primer viaje a solas (aunque con la cercanía de los camiones de su papá y de su novio) fue de Mendoza a Chile, por el famoso paso de los caracoles en la Cordillera de los Andes.
Fue un gran debut que marcó a fuego su década siguiente, con constantes cruces fronterizos y viajes internacionales. Durmió, comió y hasta se bañó arriba del camión. “Ese día hacía mucho frío así que me armé con un mueble viejo una especie de bañera en la cabina”, recuerda.
Fuente: marieclaire.perfil.com
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