La escena resulta más que reconocible y todos la hemos protagonizado alguna vez. Conoces o te presentan a alguien y entre las primeras preguntas siempre se cuela un: «Y tú, ¿a qué te dedicas?». Aunque pueda parecer una simple convención social, esta necesidad de definirnos a través de nuestro trabajo lleva implícita una asociación de estatus y pertenencia. Pero ¿cómo se ha llegado a esta situación? ¿Por qué necesitamos presentarnos al mundo a través de lo que hacemos?
“Es una realidad compleja que los sociólogos llevan muchos años estudiando”, explica Mariano Urraco, profesor de Sociología en la UDIMA (Universidad a Distancia de Madrid). “A partir de la Revolución Industrial se produce un cambio en la percepción que se tiene sobre el trabajo, que pasa a ser un elemento fundamental que nos define dentro de la sociedad. Algunos expertos creen que en las sociedades actuales este concepto ha ido dejando paso al consumo, más que el trabajo, pero yo no creo que esto sea así. El trabajo sigue siendo lo que nos define porque el consumo está intrínsecamente relacionado con nuestro trabajo: consumimos en función del trabajo que tenemos y las posibilidades económicas que éste nos permite”.
Detrás de esta pregunta también se esconden ciertos atajos cognitivos que nos ayudan a desenvolvernos cuando interactuamos con otras personas. Como explica Gabriel Pozuelo, psicólogo y director del centro Mentalsa Psicólogos, “son esas reglas que seguimos para intentar categorizar a alguien y sentirnos más cómodos en una conversación con un extraño. De alguna manera, tratamos de etiquetar al otro para poder mejorar la comunicación. Si preguntamos a una persona quién es y dice, por ejemplo, que es escritor, de manera implícita asignamos a esa persona ciertas habilidades, cualidades y le atribuimos una forma de pensar. Serán etiquetas preconcebidas que nos ayudarán a manejar mejor la conversación porque nos permiten relacionarnos con más información, aunque realmente no la tengamos y nos podamos equivocar”.
La necesidad de sentirse realizado
Esta idea que tenemos del trabajo no ha sido siempre así, sino que ha ido evolucionando con el tiempo. Antes del siglo XVIII, por ejemplo, por trabajo se entendía aquella actividad que nos ayudaba a satisfacer unas necesidades básicas. Posteriormente, se fue transformando en un factor de riqueza y valor hasta llegar a nuestros días, en los que el trabajo es considerado, también, una fuente de sentido. “En otros momentos de la historia el trabajo era una obligación, pero ahora es visto como algo que nos realiza”, recuerda el profesor Urraco. “Al desempeñar actividades que implican tanto al individuo, las tareas que realizamos se acaban convirtiendo en parte de la identidad personal”.
Es por ello que los jóvenes son quienes más sufren esta losa. En su caso, ya no basta con producir y tener un sueldo decente, sino que se presupone que las tareas que llevan a cabo les deben gustar, estimular y realizar. Urraco, que ha centrado su tesis doctoral en estudiar cómo afecta esto a las nuevas generaciones –una tesis por la que fue premiado–, explica que “esta es una de las principales fuentes de frustración en las sociedades contemporáneas. El hecho de que te hayas socializado en una cultura en la que el trabajo no es visto solo como algo que te permite pagar facturas sino que te realice y te defina como persona, genera mucha presión y frustración. A lo que, además, se unen las realidades económicas del sistema que hacen que cada vez los trabajos que se obtienen sean más precarios”.
Sin embargo, según indica el sociólogo, es complicado que se produzca un cambio de modelo a corto plazo porque es algo que tenemos muy interiorizado y que interesa al sistema. “La sociedad nos obliga a ello”, recuerda Urraco. “No dedicarse a nada es una especie de estigma social. Nos hemos disciplinado y obligado a ser felices trabajando. Se entiende que trabajar es algo positivo y da sentido a nuestra existencia y a nuestra presencia en la sociedad”.
Cuando la falta de trabajo nos hace vulnerables
La relación que mantenemos con nuestro entorno laboral es un tema bastante recurrente en terapia. Aunque los motivos que generan malestar y que nos llevan a acudir a la consulta de un psicólogo son variados, la angustia suele acentuarse cuando estamos desempleados. Tal y como explica el psicólogo Gabriel Pozuelo, la pérdida de trabajo “suele conectarnos con nuestro valor” y tendemos a sentir como personales lo que simplemente son fracasos profesionales. “El trabajo sólo debería implicar valor profesional, porque no dice nada de la cualidad de una persona”, señala Pozuelo. “Es como valorar que nuestra hija es una mala hija porque saca malas notas. Es erróneo porque puede ser una hija estupenda, pero sacar malas notas”.
Lo mismo ocurre con las metas que nos fijamos: “Si no las conseguimos pensamos que hemos fallado. Nos decimos cosas como ‘No valgo’, ‘Confiaban en mí’... Pensamos que tener un fracaso es igual que fracasar, pero eso no es así. Generalmente el fracaso implica que había algo nuevo que no sabías o para lo que no tenías aún las habilidades necesarias y que debes aprender”, indica el psicólogo.
Cuestión de equilibrio
La clave, por tanto, está en interiorizar que aunque el sector o el puesto en el que trabajamos pueden ser importantes para nuestra identidad, no es en absoluto lo único que nos define. Para lograr una armonía, el psicólogo recomienda dedicar más tiempo a nosotros mismos más allá del trabajo, los compromisos o tareas domésticas. “En la medida de lo posible, tenemos que invertir en nosotros mismos, en aprender a darnos valor a través de otras actividades”, recuerda Pozuelo. “Eso hará que podamos bajar esa importancia desmedida que podemos tener sobre el trabajo. Equilibrar esas otras áreas”.
Este cambio de perspectiva puede ser también una buena inversión de cara al futuro, porque cuando llegue el momento de la jubilación o nos veamos obligados a hacer un parón en nuestra carrera, podemos sufrir mucho por ello. Según el psicólogo, hay que hacer los deberes a tiempo. “Nos debemos permitir descubrir qué áreas son importantes para nosotros y dedicarles tiempo. Pensar en ese momento de retiro, tener aficiones, pasatiempos, vernos con las personas que realmente queremos en nuestras vidas, vivir esos momentos que nos llenan realmente, nos divierten, nos hacen acostarnos más felices… Esa es la clave: el equilibrio pensando en nosotros mismos”, indica Pozuelo.
Fuente: www.elpais.com
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