Cuando Sofie (Ida Engvoll), una consultora de Estocolmo, es contratada por una pequeña editorial literaria para evitar que se vaya a pique, conoce a un joven llamado Max (Björn Mosten). Se trata del informático de la empresa y su primer y ruidoso encuentro, él taladro en mano, no es especialmente amigable. Sin embargo, el espectador puede intuir que con Amor y anarquía está ante ese clase de serie en la que entre ambos personajes algo pasará. No hay que ser un lince, pero advertimos que no es una comedia romántica tan típica como pudiera parecer.
La protagonista de la serie se escapa de los clichés de la mujer que tiene una aventura con un yogurín porque su matrimonio está sexualmente estancado y aborrece la rutina. Sus motivaciones van más allá de eso -se van desvelando a través de los episodios- y lo que encuentra en Max es el espejo de lo que le falta, pero también una vía para reconectar consigo misma. Tampoco es que lo suyo sea algo puramente sexual; de hecho, lo excitante de su tensión romántica es que se desarrolla como un divertido juego.
Por supuesto, en una historia de este corte es necesario que exista una enorme química entre los dos extremos de la pareja y Engvoll y Mosten consiguen con sus miradas furtivas que notemos que el corazón se les desboca cada vez que se acercan al fuego y que arden en deseos de quemarse. Pero, además, tejen personajes que individualmente son interesantes; Sofie no es la heroína sin paliativos que parece y Max no es un chico tan simplón como aparenta.
Y lo que a priori resulta hasta molesto, que la trama de la editorial acapare demasiados minutos de Amor y anarquía cuando queremos que se ponga el foco en la historia de amor, resulta un hallazgo. No solo porque absolutamente todos los secundarios acaban aportando algo al conjunto (y qué bien tirada está la trama de Stream-Us en una serie que se emite, precisamente, en Netflix) sino porque permite que la relación entre Sofie y Max crezca a un paso comedido pero inexorable.
Por lo demás, no hace falta pedirle una originalidad extrema ni que haya bombas atómicas en forma de giros de guion a una serie de este estilo. Destaca por su tono, por el balance de sus elementos y por la mirada de su creadora, Lisa Langseth, que se nota en todo ello y, sí, también en cómo aborda el sexo.
Fuente: www.fueradeseries.com
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