La espalda a la miseria, un ataque de urticaria, las cervicales no te permiten ni mirar al costado, una tristeza que quita el hambre y un ataque de ansiedad irrefrenable. Los afectos a veces nos enferman.
Recurso inagotable de la literatura de todos los tiempos, en nombre del amor y del dolor que produce perderlo, se han escrito miles de páginas. Grandes poetas como Mario Benedetti, Gustavo Adolfo Bécquer y Pablo Neruda, por nombrar sólo algunos, hicieron foco en qué se siente cuando aparece y cuánto se sufre cuando ya no está. Pero más allá de los libros, la verdad es que el amor nos pone alegre, lindas, divertidas, ocurrentes, creativas, poderosas. Y, terminar, nos sumerge en un pozo y, además, duele. Una sensación que suele sentirse en el corazón y también en el cuerpo. “Hace tiempo que sabemos que todo lo que nos sucede impacta tanto en lo psíquico como en lo físico”, afirma Mauricio José Struggo, psicólogo y sexólogo. “Somos un todo, por eso cuando tenemos miedo podemos sentir que se nos cierra el estómago. Y el padecimiento sentimental nos estresa, nos agota. La tristeza que genera nos provoca cansancio y puede llegar a enfermarnos.” El desamor es una de las experiencias más traumáticas, angustiosas y desconcertantes que podemos vivir”, coincide el neurólogo Claudio Waisburg. “Cuando rompemos una relación y seguimos estando enamorados, el cerebro sufre un fenómeno parecido al síndrome de abstinencia. Superarlo requiere iniciar un proceso de aprendizaje y de reorganización”, dice. Según los especialistas, para entender por qué nos afecta tanto una ruptura, debemos tomarlo como una adicción. Para Waisburg –director del Instituto Soma–, “se suele relacionar al enamoramiento como una dependencia porque ambos comparten una serie de conductas, como la atención intensamente centrada sobre una cosa o persona, y los cambios de humor mutuos. Además, enamoramiento y adicciones generan ansiedad, comportamientos compulsivos y obsesivos, distorsión de la realidad, dependencia emocional, cambios en la personalidad, pérdida de autocontrol y hasta cambios en la cantidad de riesgos que se cometen”. Según el médico, “cuando terminamos no sólo echamos de menos a la persona, sino también las rutinas que teníamos”. “Describirlo es casi imposible porque cuando sucede nos conecta con emociones ancestrales que tienen que ver con el rechazo, el abandono y la falta de solidez”, cuenta Valeria Schapira, experta en vínculos. “Se remueven heridas del pasado que seguramente no hemos trabajado. Tal vez ese hombre que dejó la relación provoca una conexión con el dolor de un padre ausente”, afirma la comunicadora social. Y asegura que el sufrimiento no se puede comparar con el que siente otra persona.
ABSTINENCIA DE SENSACIONES
A nivel orgánico, tanto dejar o que te dejen, produce desbarajustes hormonales. “Son las dos caras de una misma moneda. El amor hace subir los niveles de dopamina y oxitocina en el cerebro, disparando las sensaciones de apego y placer. Al quedarse sola, se siente esa falta y genera sensaciones de ansiedad y malestar. En otras palabras, el enamoramiento es como una droga y el quiebre hace notar su falta”, describe Waisburg.
La doctora Silvia Ibarra, médica especialista en psiquiatría, explica que esa liberación de dopamina, hormona conocida como “del placer”, es un “circuito de recompensa del organismo”. Y en ese punto, según sus palabras, es comparable al producido por el uso de determinadas sustancias. “El circuito de recompensa del organismo es el que responde al uso de estimulantes, entonces algunos estudios científicos han considerado al amor como una adicción.” Siguiendo este razonamiento, a medida que pasa el tiempo compartido, el cerebro demandará seguir teniendo altos niveles de dopamina, y si esto no ocurre aparece una sensación de aburrimiento en la pareja, el camino hacia el fracaso estará marcado. “Por eso es necesario que estimulen el vínculo a medida que pasa el tiempo, para seguir generando dopamina y así entrar en abstinencia de amor”, recomienda Ibarra.
PENAS DE AMOR
La antropóloga estadounidense Helen Fisher, investigadora del comportamiento humano de la Universidad Rutgers, realizó un trabajo científico donde estudió en profundidad las similitudes entre el amor apasionado y las adicciones. La especialista, que viene estudiando el tema desde un punto de vista científico desde hace 30 años, dice que “si el amado rompe la relación, el amante también experimenta los signos comunes de abstinencia de drogas, como protestas, episodios de llanto, letargo, ansiedad, insomnio o hipersomnia, pérdida de apetito o atracones, irritabilidad y soledad crónica”. Y agrega que “como la mayoría de los adictos, los amantes rechazados a menudo también llegan a extremos, incluso a veces haciendo cosas degradantes o físicamente peligrosas para recuperar a la persona amada”. Pareja inseparable, cuerpo y mente interactúan de una manera tan indescifrable, que la ciencia está buscando explicaciones a lo que nos sucede cuando atravesamos esas penurias. “Hay estudios de neuroimagen que han demostrado que las regiones del cerebro involucradas en el procesamiento del dolor físico se superponen con las relacionadas a la angustia social”, explica Ibarra. “Comprender las similitudes subyacentes entre el dolor físico y social nos brinda perspectiva sobre cuestiones como entender por qué duele perder a alguien que amamos”.
PASO A PASO
La ciencia ha clasificado las reacciones y las divide en etapas. Según Waisburg, la primera es mental y se denomina “de protesta”. “El desamor comienza con una fase de incredulidad y refuerzo del apego. El cerebro se aterroriza y reacciona como si estuviera ante una amenaza, viviendo una situación de peligro que produce debilitamiento del sistema inmune, alza en los niveles de estrés y sensaciones anímicas negativas”, explica. “Durante este período, es frecuente que las personas rechazadas traten de volver con sus ex de manera obsesiva. Puede aparecer una sensación general de irritación y furia, que en algunos casos desencadenen comportamientos violentos. En las situaciones más complicadas, puede aparecer la depresión o incluso conductas aún más extremas”. La segunda es la calma. “Después de toda tormenta, llega una especie de tranquilidad”, continúa el neurólogo. “Al principio es una mezcla de resignación, desesperanza y pesimismo, cuya superación es sobre todo cuestión de tiempo. En los casos más graves, reciben ayuda a través de antidepresivos. Sin embargo, estos tienen un efecto secundario extra: dificultan poder enamorarse de nuevo porque inhiben hormonas que disparan el flechazo y a veces la libido. Los amigos son clave en el proceso de recuperarse.” Y por último, la tercera parte, denominada “de reorganización”. “Poco a poco el cerebro vuelve a recuperar la normalidad. Es verdad que el dolor puede reaparecer de vez en cuando, pero las oleadas se van haciendo más lentas. En ese momento, es frecuente que el panorama de amigos haya cambiado o que se hayan visitado nuevos lugares. Se recuperan las ganas de salir y conocer gente”.
CORAZÓN PARTIDO
En muchos casos, el precio que paga el organismo a semejante torbellino de estrés, es muy alto. Las manifestaciones físicas pueden incluir desde la aparición de acné hasta dolores corporales, pasando por afecciones cardíacas, como el síndrome de tako-tsubo o del corazón roto. “Viene a demostrar una vez más que todo lo que nos ocurre en nuestra existencia y en el contexto del que somos parte impacta también en lo físico”, explica Struggo. “Es una afección cardíaca temporal que suele asociarse a situaciones estresantes y emociones extremas, se la conoce también como microcardiopatía por estrés. Afecta sólo una parte del corazón e interrumpe temporalmente la función normal de bombeo. El resto del órgano continúa funcionando o incluso tener contracciones más fuertes. Las personas con este síndrome pueden tener dolor torácico repentino y hasta pensar que están teniendo un infarto”. Según la Fundación Española del Corazón, este de- sorden fue descripto por primera vez en Japón en los años ‘90. Se lo llamó tako-tsubo porque así se denominaba una vasija, abombada y con el cuello estrecho, usada tradicionalmente entre los pescadores nipones para atrapar pulpos. Es más frecuente en mujeres. El 85 por ciento de los casos reportados son posmenopáusicas, con estrés emocional o físico repentino e inesperado causando una liberación excesiva de adrenalina, que puede dañar temporalmente el órgano. Entre los desencadenantes suelen aparecer la muerte inesperada de un ser querido, recibir un diagnóstico médico aterrador, perder o incluso ganar mucho dinero, actuar en público, atravesar desastres naturales, terminar una relación o divorciarse. El mal de amores también puede generar manifestaciones en la piel. No son pocos los casos de personas que manifiestan la aparición de acné, rosácea, urticarias, herpes o psoriasis. “Según el enfoque gestáltico, la piel es límite y frontera de nuestro organismo con el exterior, muestra lo que ocurre adentro del cuerpo y es emisora de todo lo que está afuera”, explica Struggo. “Por lo tanto, funciona como un indicador visible del estado de ánimo y de los problemas emocionales.” Seguidor de las enseñanzas de la doctora chilena Adriana “Nana” Schnake, médica psiquiatra y pionera del enfoque gestáltico en Latinoamérica, Struggo afirma que “esta escuela tiene una visión holística del ser humano y que las enfermedades tienen mensajes acerca de las personas que las padecen”.
Las manifestaciones dermatológicas que suelen aparecer con mayor frecuencia luego de vivir situaciones de mucho estrés son rosácea y psoriasis, coincide Paula Porta, psicóloga del equipo de Espacio Plenus.
¿TODO ESTÁ EN LA CABEZA?
Muchas de las manifestaciones físicas y psicológicas pueden catalogarse como enfermedades psicosomáticas, que se caracterizan por causar síntomas físicos cuyas causas derivan de procesos como el estrés, la ansiedad o la depresión. “El estado de enfermedad en estos casos implica un reflejo del desequilibrio entre el cuerpo y la mente, que puede hacer disminuir nuestras defensas ante los agentes externos y dejarnos más vulnerables ante su ataque”, explica Struggo. En ese sentido, la licenciada Porta cuenta que cuando llega al consultorio un paciente con dolores diversos o contracturas sin origen médico conocido, lo ideal es indicar una atención interdisciplinaria. “Se deben descartar problemas físicos a la par del trabajo terapéutico. Desde la psicología podemos ahondar buscando de dónde provienen los malestares, que muchas veces se experimentan por el paciente como una carga en sus hombros o espalda, para repensar y ponerle nombre a eso que se está padeciendo.” Hacer catarsis, liberar el enojo o la frustración ¿sirve para que el estrés no sea tan demoledor con el cuerpo? “Siempre es importante verbalizar, poner en palabras aquello que causó irritación”, aconseja la psicóloga. “Porque al sacarlo a través de las palabras, se le da un sentido a esa molestia, se le busca una explicación. Luego, en la terapia psicoanalítica, se trabaja para encontrarle un para qué, un motor, una función que le dé sentido”.
Fuente: elle.com.ar
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