Muchas personas no contemplan la posibilidad de tener diferencias y poder debatir con decencia.
Cada mañana, desde que abrimos los ojos, estamos expuestos a personas que pelean en la radio, en TV, en redes y, muy seguramente, en nuestros propios hogares. Despertamos, e incluso dormimos, al vaivén de millones de individuos que intentan con vehemencia tener la razón.
La mayoría de las veces, las discusiones tienen tal nivel de bajeza que logran opacar el fundamento de lo que realmente se está defendiendo o atacando. Los argumentos sólidos pasan a segundo plano, porque el objetivo principal es atacar, ofender… ¡y tener la razón!
Sin duda alguna vemos este fenómeno exacerbado en el tema de la política nacional e internacional. Lejos quedaron los discursos con altura, elegancia y trascendencia histórica de estadistas como Churchill, Mandela o Kennedy. Ahora estamos sujetos a insultos y ofensas tan vacíos que caben en 140 caracteres.
Hace poco hablé en mis redes sobre la importancia de “pelear sin rabia” y fui bombardeada por comentarios que ridiculizaban esta premisa. “Cómo se va a pelear sin rabia, ¡es imposible!” y “Eso no tiene ningún sentido” fueron los comentarios más comunes.
Hoy en día, un gran porcentaje de personas no contemplan la posibilidad de que uno puede tener diferentes posiciones y puntos de vista y, al mismo tiempo, ser capaz de debatir con decencia y cordura. Tiene que haber ira, insultos y agresividad de por medio para que se sienta que hay un verdadero planteamiento de opiniones.
Lo peor de todo es que nuestros niños están viendo esa manera de interactuar como normal y actúan acordemente en el colegio. Y, como adultos, nos aterramos con las cifras asociadas al bullying. ¿De dónde creemos que lo aprenden? No es de los otros niños, es de nosotros. Es de la forma como hemos perdido la capacidad de respetar las diferencias de opinión y de ‘estar de acuerdo en estar en desacuerdo’. De la manera como, cuando ya no tenemos argumentos reales ni sólidos, recurrimos a ataques personales, ofensivos y destructivos… y en muy pocas ocasiones se llega a una solución.
Como a las únicas personas que podemos cambiar es a nosotros mismos, les pregunto: ¿qué pasaría si antes de iniciar cualquier argumento, primero nos preguntamos si la persona con quien estamos discutiendo tiene la capacidad emocional o mental para poder debatir con altura? O, mejor aún, ¿qué tal si nos cuestionamos si lo que queremos en el fondo es imponer nuestra verdad?
Cada día más nos la pasamos la vida gritando de lado a lado a oídos sordos y a corazones heridos. No estamos convenciendo a nadie de nada, ni aprendiendo los unos de los otros. ¡Y así, esa es la única verdad: todos estamos perdiendo!
FUENTE: ALEXANDRA PUMAREJO @detuladoconalex
Add Comment