«¿Dónde ha quedado el home sweet home? ¿Dónde, el suspiro aliviado al volver a sentarnos en nuestro sofá, al apoyar la cabeza otra vez en nuestra almohada? Algo se ordena en nuestro cuerpo, a la vez que se apaga sin darnos cuenta el ‘modo disfrute'», nos comenta Orlanda Varela, psiquiatra de SINEWS. «Agridulce debería ser, no amargo«.
Sin embargo, pese a sabernos privilegiados por trabajar en esta coyuntura socio-político-económica, no podemos evitar llegar y querer dejarlo todo, romper los esquemas de nuestra cuadriculada y rutinaria vida y… ansiamos volver al pueblo a vivir de nuestra propia huerta o deseamos irnos a la playa y plantar un chiringuito, buscando una vida de arena y sal.

“La crisis es más que la económica, es una derivada de algo mucho mayor y, aunque nos falta perspectiva histórica, quizás estamos en un punto de cambio de paradigma, de ruptura del estilo de vida, de los esquemas en general”, apuntilla B. Peral.
Vamos, que esta desidia vital y esta necesidad de algo nuevo, diferente y emocionante que creemos poder encontrar en un huerto (y quizás sea así), se ha venido gestando desde hace mucho, desde que empezamos a querer comernos el mundo al terminar de estudiar hasta que nos hemos dado cuenta de que el trabajo dignifica y quema a partes iguales (sobre todo, cuando cada vez se hace más difícil el trabajar para vivir y más real el vivir para trabajar).
Peral concluye que “quien tenga un mínimo de lucidez e introspección sabrá que es un afortunado por no estar parado. Tener la suerte de trabajar es el argumento para cerrarse a la actividad. Pero eso no quita algo que está a otro nivel, a uno más profundo: hay marejada en las capas profundas”.

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