Cross check y reportar. Dejamos Argentina el 29 de marzo, en el vuelo más barato que habíamos encontrado: un avión con destino Madrid con escala en Lisboa por unas horas. Teníamos muchísimas ganas de conocer Portugal, pero nuestras mochilas iban despachadas y pasaban de un avión al siguiente, por lo que no decidimos no poner mucha expectativa en el tema y ver que podíamos hacer una vez ahí.
Nuestro compañero de vuelo era un sueco nacido en Portugal y criado en Argentina que se llamaba Torbjornbear (después dijo que le digamos Enrique). Venia de unas vacaciones en Uruguay y, como nosotros, también tenia escala en Lisboa por unas horas. Nos comento que en Sao Paulo había intentado unos malabares para poder sacar su equipaje en Lisboa, ya que quería aprovechar unas horas en la ciudad que lo vio crecer. En palabras de el: “Lo único que necesito es un plato de sardinas asadas y un vaso de cerveza mirando el mar”.
No hicimos oídos sordos a sus palabras, y una vez en tierra fuimos a preguntar si era posible ir y volver a la ciudad en un par de horas antes del próximo vuelo, o si todo era muy lejos. La mujer que nos atendió nos respondió amablemente que si, y cuando estábamos por despedirnos se nos ocurrió probar la siguiente pregunta: Nuestras mochilas, las podemos sacar del avión? 20 minutos más tarde ya no estábamos yendo a Madrid definitivamente, sino buscando hospedaje en Lisboa por unas noches.
A través de Booking reservamos un hotel cerca del centro, y después de una ducha y una siesta post vuelo salimos a caminar la ciudad.
Como muchas ciudades de Europa, Lisboa mantiene todas las fachadas de los edificios antiguos tal y como son, aunque se puede ver que a algunos no pasaron buenos años en su vida, y que no han recibido mucho cuidado.
Los mosaicos son un tema aparte y, quizás, el distintivo de Portugal. Edificios de pocos pisos, desde la vereda hasta el techo, totalmente cubiertos de mosaicos, de todos los colores y diseños, decorando la ciudad desde el mar hasta las colinas, y todo unido con sus calles de adoquines pequeños y sus vías de tranvía, para sus “carris” amarillos que te llevan a todas partes.
Pero a la hora de hablar de Portugal, hay que hablar de comida. Como dijo un amigo: Portugal es un país para ir a comer.
Esa primer noche en Lisboa encontramos una feria con productores locales, y con el mejor vaso de sangría a la fecha, nos dejamos convidar con todo lo que encontramos, hasta que nos decidimos por un sandwich de jamón crudo y un queso de oveja y cabra que bien podría ser la foto de esta nota, si las fotos pudieran saborarse.
El segundo día nos levantamos temprano, y como no nos gusta mucho el amontonamiento de turistas y todo el show que los lugares arman para ellos, decidimos hacer algo totalmente distinto: Compramos 2 pasajes por 24hs del transporte local, nos paramos en una plaza, le hicimos señas al primer carris que apareció, y nos fuimos de paseo entre locales, viendo donde nos daban ganas de bajar, para después subirnos a otro diferente.
El choque cultural: Portugal es muchas cosas. Una de ellas es su fama por el bacalao en la cocina. Una estrella que llegó hace tiempo desde Noruega y que fue convirtiéndose en plato distintivo.
Sabiendo esto, salimos a probar algún plato típico con Bacalao, y ya que estábamos, las sardinas asadas y la cerveza de Torbjornbear.
Como es costumbre, mientras esperábamos nuestros platos nos trajeron a la mesa una canasta de pan y un queso para matar el tiempo. Lo que no sabíamos es que si lo comes, después viene sumado en la cuenta. De gentileza no tenia nada. Diga que nos lo comimos todo al menos.
El tercer día lo usamos para pasear y organizar un poco nuestro próximo destino. Reservamos un Blablacar (como carpooling, coches compartidos) y nos fuimos esa noche a Porto, la segunda ciudad más grande de Portugal (y la mas linda?), a 320km de Lisboa.
En Porto solo estuvimos un día, así que reservamos un lindo hostel en el centro de la ciudad para poder dejar las cosas y salimos a perdernos por las calles, entre subidas y bajadas, cruzando los puentes del hermosísimo Río Duero, y sentándonos a la tardecita a disfrutar de una copa de vino y unos pasteles de bacalao, claro! Y a no perderse de la típica Francesinha.
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